Simplificar lo simple

Colaboración especial / Carlos Borruel

De manera constante, recurrente dirían los elegantes, utilizamos de manera despectiva la palabra burocracia.

Aunque en su origen etimológico se refiere a una oficina donde se ejerce el poder o llanamente al lugar en que se realizan trámites administrativos, en un trámite lento y tardado utilizamos la expresión “cuanta burocracia”.

Lo aplicamos lo mismo en una instancia de gobierno como en las empresas que en lo general adolecen del mismo mal.

En todos los casos, esto acontece porque quien es el encargado de dar el servicio, piensa mucho en su comodidad, en su horario o en hacerse el ocupado, pero pocas veces en entender cuál es el impacto de tomar una buena o mala decisión en beneficio del usuario o del cliente.

La actitud burocrática afecta lo mismo a individuos que al ámbito privado y genera no solo afectaciones emocionales sino enormes pérdidas económicas que afectan el empleo y la economía de una comunidad o de un país.

Paso a un ejemplo sencillo.

Una vez terminada mi carrera de abogado, acudí a tramitar mi Cédula Profesional.

En la Universidad que estudié me comentaron que previamente debía legalizar mi certificado de Bachilleres ante la Secretaría de Educación.

Me ausenté de mis labores y acudí al edificio Héroes de la Revolución. Ahí amablemente y con una sonrisa que demostraba superioridad me dijeron me había equivocado. “Si egresó de Bachilleres, debe hacer ese trámite ante la Dirección General de esos colegios”.

Agradecido salí con rumbo a mi destino. Al llegar y después de preguntar en diferentes oficinas, llegué hasta una oficia donde me informaron con una nueva sonrisa que mi trámite debía hacerlo ante la Secretaría de Educación.

Regresé de inmediato a ese lugar, pero ya habían cerrado la atención al público.

Al día siguiente suspendí de nuevo mi trabajo para reiniciar el trámite. Me atendió la misma señorita, le informé del error, me preguntó que de cual Bachilleres egresé. La dije que del heroico colegio No. 2 y respondió suavemente: “Ah, con que razón, es del 2; vaya al primer piso, ahí esta otra oficina de Educación y ahí lo van a atender.. si le advierto que su certificado esta muy maltratado y va a tener que sacar uno nuevo”.

Mmm… expresé con preocupación.

Bajé presuroso al primer piso; entré a la oficina de Educación; ahí me informaron que el trámite se hacia en otra oficina, en el mismo primer piso, pero de la Secretaría de Gobierno.

Llegué finalmente a mi destino donde me pidieron llenar un formato y acudir a la Recaudación de Rentas a pagar ¡$34¡ regresar con el recibo y entonces en un pequeño formato llenarlo y graparlo en la parte trasera del certificado que, afortunadamente, nunca fue objetado como me habían advertido.

Llegué a Recaudación a hacer el pago y encontré 150 personas delante de mí que estaban pagando la revalidación vehicular.

Pregunté si había alguna caja especial para pagos pequeños o sencillos y me reiteraron que debía hacer fila.  

Di media vuelta hacia el Héroes de la Revolución y en la ventanilla pregunté por otra opción dónde pagar. Una señorita me dijo que no había de otra, pero un buen samaritano gubernamental se levantó de su escritorio, se acercó y me dijo que fuera las oficinas Registro Civil donde finalmente pagué.

Me regresé y en cinco minutos me entregaron mi certificado ya con un papelito atrás que daba fe de su autenticidad.

Finalmente expuse a un alto funcionario la información errónea que recibí a lo que agregué una propuesta de pagar los $34 en la misma ventanilla del trámite y en una coordinación interna pasarlos a Recaudación de Rentas.

Eso permitiría, sin duda, hacer el trámite en 5 minutos y ahorrarse dos días mezclados con paciencia y un poco de enojo de acuerdo al carácter de cada quien. 

Lo expuesto es solo un ejemplo que se repite de lo que sucede en cualquier instancia gubernamental, virtud de que decenas de sencillos procesos son visto con fines recaudatorios, que es válido, pero nunca con la visión de la necesidad del usuario.

En mi artículo de la próxima hablaré sobre la burocracia privada que tanto afecta la economía nacional.

Carlos Borruel Baquera

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No tengo cola que me pisen: Adela Jiménez Carrasco 

A través de las redes sociales, la magistrada electoral, Adela Jiménez Carrasco, sentenció que "no tienen cola que le pisen" y ha sido objeto de ataques desde el ámbito político por ella conoce la decencia, la honorabilidad, el decoro, el trabajo comprometido y la incorruptibilidad.

Indicó que durante diez años se le ha tratado de denostar en Chihuahua con la alteración de una llamada telefónica, la cual sacaron de contexto para aparentar una supuesta negociación con el exgobernador de Chihuahua.

Se trata de una llamada que se filtró en donde tuvo comunicación con el entonces gobernador y hoy morenista Javier Corral, ella siendo magistrada del Poder Judicial.

"A lo largo de mi carrera profesional, en más de una ocasión se me pidió, sugirió y hasta exigió que me sumara a acciones con las que no estuve de acuerdo y eso, en el sórdido mundo de la política, se paga con ataques", reveló.

"Por más que le buscan, no encuentran nada y no les queda más que, en su sucio juego al que están muy acostumbrados, delinquir y violentar sin pudor y sin más argumentos que esa misma cantaleta... Es vergonzoso que en una entidad en que los tres poderes del estado son encabezados por mujeres, se siga protegiendo violentadores y delincuentes... Son ellos los corruptos", agregó 

Publicación de Adela Jiménez Carrasco

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Publicación de Adela Jiménez Carrasco

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