El próximo lunes, Donald Trump tomara posesión del cargo como presidente de los Estados Unidos de Norteamérica. Definitivamente, ése constituirá un hito en la historia del mundo, en general; y en la historia de México, en lo particular.
Hombre singular, es la primera persona que ejercerá la presidencia en la historia de Estados Unidos siendo condenado penalmente por el sistema judicial; es también el primero sin haber hecho el servicio militar; y el primero en ser electo sin haber ejercido un cargo político previo; es el segundo presidente que no será reelecto en forma consecutiva; el quinto en haber ganado la elección a pesar de haber perdido en número total de votos; y es también, en aquella nación, el presidente más rico de su historia; de hecho, en 2016, la revista Forbes lo enlistó como la 324ª persona más rica del mundo, con una fortuna valuada en cuatro mil quinientos millones de dólares; si bien las estimaciones más recientes (2018), lo sitúan en la posición 766.
El Donald Trump que asumirá el cargo la semana que viene, no es el mismo que lo asumió en el 2017; éste ya sabe a qué viene, tiene los recursos y la experiencia y, con toda seguridad, los yerros en que incurrió en la presidencia pasada no los va a volver a cometer, por un lado; y por otro, los aciertos (los que él asuma como tales), los va a repetir. Así, si en su primer mandato autorizó la extracción de petróleo en el Ártico de Alaska, provocando con ello el repudio de la comunidad científica internacional, cosa que le importó tres cacahuates porque él no cree en el calentamiento global; en materia migratoria, ya sabemos a qué atenernos.
Trump es el responsable directo de reducir el número de asilos para migrantes, de disminuir el número de admisiones de refugiados; de plantear la eliminación de la ciudadanía estadounidense automática que adquieren los hijos de personas extranjeras que nacen en suelo estadounidense; de ampliar el muro fronterizo entre México y Estados Unidos; y de ordenar una prohibición para viajar a ciudadanos de varios países de mayoría musulmana.
Hace justo diez años, en 2015, en Nueva York, Trump anunció su precandidatura para las elecciones generales del siguiente año, por el Partido Republicano, bajo el slogan; “We are going to make our country great again” (vamos a hacer a nuestro país grande de nuevo); durante ese discurso inicial, afirmó dos cosas significativas para nuestro país, cuestionó acremente el avance de China en la economía mundial; y, lo más importante, la presencia de inmigrantes ilegales mexicanos en los Estados Unidos. En el evento, los calificó “corruptos, delincuentes y violadores”.
En ese sentido, de acuerdo a las noticias que revelan cómo estará integrado su gabinete, es claro que su mandato próximo estará enfocado en tres o cuatro ejes de la administración muy concretos: seguridad, comercio y política exterior; así, entre los nombramientos más destacados están personajes como Ronald Johnson, en primerísimo lugar (en su carácter de nuevo embajador), Marco Rubio, Christopher Landau y Kristi Noem, cuyas trayectorias apuntan a un endurecimiento de políticas públicas, internas y externas, y una drástica redefinición de la agenda internacional.
Estos nombramientos van a trastornar de manera significativa no solamente la relación de los Estados Unidos con Europa, Canadá o la República Popular China, sino particularmente la que sostiene con México, particularmente la inmigración, la balanza comercial y el tráfico de estupefacientes, sobre dos ejes prioritarios para aquella nación; la salud pública y la estabilidad económica.
¿Qué va hacer México? Misterio, salvo la rumbosa propuesta de aprendernos de memoria el himno nacional, no creo que pinten bien las cosas. Al tiempo.
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Luis Villegas Montes
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