Efemérides: Francisco González Bocanegra

Efemérides
José Luis Muñoz

Investigación y texto de José Luis Muñoz Pérez                             

                El día 8 de enero, pero de hace 201 años, en 1824 nació en San Luis Potosí un niño al que pusieron por nombre Francisco de Paula Luciano José Antonio Agustín del Carmen de San Rafael, hijo de Don José María González Yáñez y de Doña María Francisca Bocanegra y Villalpando, afamado entre los mexicanos de su generación y las posteriores como Francisco González Bocanegra, por ser autor  de los versos más conocidos y memorizados por nuestro pueblo, letra del Himno Nacional.

                “Mucho se sabe  de la formación del Himno Nacional; poco se sabe, en cambio, del autor de la letra” . Así escribió, justamente, en el remoto 1901, Manuel G. Revilla (1863-1924), el primer historiador mexicano de nuestras artes y el primero en ofrecernos una visión biográfica y crítica de Francisco González Bocanegra”. 

También es así, con el párrafo anterior,  como inicia el Prologo a la Segunda Edición del libro Francisco González Bocanegra: Vida y Obra de  don Joaquín Antonio Peñalosa ( Editorial Universitaria Potosina, 1998), para mi gusto  el mejor y más completo estudio del joven poeta, que incluye la primera recopilación de su obra,  inicialmente publicado por la UNAM en 1954, en ocasión del centenario del Himno Nacional, y con el que Don Joaquín obtuvo la Maestría en Letras Españolas. De este libro tomo la mayoría de los datos personales que transcribo en esta nota y muchas referencias de primera importancia. En el mismo prólogo monseñor Peñalosa, sacerdote católico, consigna las biografías del poeta que considera de mayor seriedad: las de Jesús Galindo Villa, Bernardino Beltrán y Jesús Zavala;  y también anota como imprescindibles un discurso y dos cartas del yerno de González Bocanegra, Juan Ignacio Serralde, obras todas ellas sin duda recomendables para quienes se interesen en profundizar sobre su vida y legado.

                Refiere el padre Peñalosa entre las  motivaciones que lo llevaron a estudiar a González Bocanegra – “claro varón potosino en cuyo Himno inculcó a los mexicanos la urgencia de la justicia como fruto de la paz” -  “una razón de corazón”:  su  “abuela materna, doña María de Jesús Bocanegra de Santillán era prima de la madre del poeta, oriundas una y otra  del Real de Los Pinos, rico mineral de oro y plata que perteneció en el período virreinal a la Intendencia de San Luis Potosí y fue cedido a Zacatecas en 1857”. 

                Difiero un poco de la afirmación de Revilla que retoma don Joaquín, a quien tuve el gran gusto de conocer y tratar, en lo referente a que mucho se sabe de la formación del Himno. Quizá ellos por ser hombres indiscutiblemente doctos se referían a las personas informadas, pero en mi diferendo me enfoco al común de los mexicanos de la actualidad, que poco o casi nada sabemos al respecto, por lo que considero válido mencionar en esta brevísima efeméride datos comúnmente mencionados.

Como noticioso avance, anticipo que uno de los detalles menos conocidos del origen del Himno Nacional es que fue dedicado por su autor nada más ni nada menos que al General Antonio López de Santa Anna, que de todos es sabido se le etiqueta como uno de los villanos más remarcados de nuestra historia.

                Probablemente lo que más “se sabe” de la formación del Himno sea  una simpática anécdota cuya autenticidad no ha sido del todo confirmada, de esas que mucho gustan a las multitudes,  la de que el joven Francisco fue llevado con algún pretexto a una habitación de su propia casa  por su novia,  prima (en tercer grado) y futura esposa Guadalupe González del Pino y Villalpando, donde lo encerró bajo llave, advirtiéndole que no lo dejaría salir hasta que terminara de escribir algo digno para participar en el concurso convocado por el gobierno de Santa Anna, para elegir un Himno Nacional,  aprovechando el 25 aniversario de la batalla de Tampico, último enfrentamiento contra la Corona Española por el territorio mexicano, de la que había salido victorioso y a la fama nacional el propio Santa Anna.

                Corría el año de 1853.

 En 1846, 7 años antes,  Texas se unió a los Estados Unidos y en 1848 se firmó el Tratado de Guadalupe Hidalgo con el que México perdió  los actuales estados de California, Arizona, Nevada, Utah, así como parte de Colorado, Nuevo México y Wyoming .

De prisa los días, la fecha límite para participar en el concurso sobre el Himno se acercaba mientras Francisco seguía indeciso, sin aplicarse.

                Dice la anécdota que, bajo la presión del encierro,  cuatro  horas después, a las 6 de la tarde, Francisco estaba entregando varias hojas manuscritas por debajo de la puerta a su amada y carcelera Lupita, con los versos que resultarían, entre las 24 composiciones participantes,  “los de mayor mérito literario” según  el jurado decisor, que presidió el escritor y diplomático don José Bernardo Cuoto y estuvo también integrado por el poeta y médico don Manuel Carpio y por el periodista y político don José Joaquín Pesado. Otros participantes fueron José María Monroy, José María Esteva, Francisco Granados Maldonado, Francisco Villalobos, Andrés Davis Bradburn y Félix Romero.

                En su versión original, el Himno contaba con 84 versos decasílabos, un coro introductorio en cuarteta y diez estrofas en octavas italianas.

                Fueron escritos en la casa marcada con el número 6 de la calle Santa Clara, en la Ciudad de México.

                Dato que más que nada curioso sino sorprendente y repulsivo es que no hubo en su oportunidad  ningún premio al ganador, aunque estaba prometido en la convocatoria, debido a las penurias, a la indolencia burocrática y a la  falta de seriedad y estabilidad del gobierno del momento y de sus sucesores.

                Recordemos que entre 1821, año de la Independencia y 1857  el país tuvo 30 mandatarios, incluyendo un emperador, 3 triunviratos y algunos presidentes con varios mandatos, como fueron :

11 de Santa Anna

5 de Valentín Gómez Farías

3 de Anastasio Bustamante

3 de Nicolás Bravo

3 de Joaquín Herrera

2 de Valentín Canalizo

2 de Joaquín Herrera

2 de Manuel de la Peña y Peña

2 de Pedro María Anaya

2 de Ignacio Comonfort

 

                Uno de los más efímeros de aquellos presidentes fue un tío de Francisco, hermano de su madre, Don José María Bocanegra, quien suplió en un breve interinato de sólo 5 dias, del 18 al 23 de diciembre de 1829 a Vicente Guerrero, mientras fue a combatir un alzamiento.

Fue hasta el 13 de octubre de 1942, 88 años después del concurso, cuando el Secretario de Educación Pública Octavio Vejar Vázquez acordó hacer un pago simbólico a los descendientes, tanto de González Bocanegra como del autor de la música  Jaime Nunó, y otorgar la nacionalidad mexicana a los hijos de este, don James y doña Cristina. Según El Universal del 14 de octubre de 1942, a Cristina Mercedes y James Nuno se les entregaron 2 mil 388 pesos y 2 mil pesos a la señora Mercedes Serralde González Bocanegra, nieta de Francisco. Los 388 pesos de diferencia otorgados a los descendientes de Nunó corresponden a un conjunto de litografías con letra y partitura del himno que don Jaime  realizó por su cuenta y que vendió al gobierno para que fueran  entregadas a las bandas de guerra de la República y que tampoco le fueron liquidadas en su oportunidad. Dichos montos habían sido ordenados por el Congreso desde  1901, pero no fueron actualizados al momento de su liquidación, a pesar de que los pesos ya valían mucho menos.

                Ciertamente Lupita sabía de las dotes de poeta de su novio, pues no sólo fue ella musa y destinataria de varios poemas que contribuyeron a enamorarla, sino además  por ser  Francisco asiduo y entusiasta concurrente a la Academia de Letrán y al Liceo Hidalgo, dos de las más connotadas agrupaciones de literatos del México del siglo XIX,  por lo que independientemente de la veracidad de “la famosa anécdota”, no se duda que influyó y presionó al autor a apremiarse a escribir, porque también es posible que ya había expresado su intención de participar y no se decidiera a sentarse  y plasmar su inspiración en el papel, o quizá, según otra versión, sostenida por algún familiar, es que no sentía que un Himno fuera “su línea” poética, pues él mismo se consideraba un poeta romántico, de emociones íntimas y versos de amor o acaso, como sostiene Revilla, se sentía un tanto cohibido para medir sus armas con los caballeros del ideal que contendían  en aquel brillante duelo” .

Pero Lupita estaba segura de que podía hacerlo. Sea como fuere, ella fue factor determinante y, además, la primera persona en leer el Himno Nacional Mexicano.

Rafael Diaz de León, quien escribió  Los Autores del Himno,  afirma que “Si la patria debe a González Bocanegra las viriles estrofas de nuestro Canto Nacional, González Bocanegra debe a Elisa (Lupita) la gloria que, al escribirlas, alcanzara”.

                Cuatro meses después de conocerse el resultado, el 8 de junio de 1864 contrajeron matrimonio. Fueron padrinos el tío José María Bocanegra,  entonces Ministro de la Suprema Corte de Justicia y la tía Doña Luisa Bocanegra de Tagle.

Pero en un momento previo la relación estuvo cerca del naufragio.

                En cierta ocasión, cuando el noviazgo iba viento en popa, en 1851  “un desdeñado rival” hizo llegar a oídos de Lupita una serie de calumnias sobre Francisco que ella ingenuamente creyó y por las que decidió cancelar su relación, sin darle explicación ninguna.

                El poeta, dice don Joaquín, “alternó entre la perplejidad y la pena”,  sentimientos que lo llevaron a  escribir “esta terrible crisis espiritual que lo tenía deshecho y dolorido”:

                               Sólo, abandonado y triste

                               voy cruzando por el mundo

                               siempre abrigando un profundo

                               recuerdo que da dolor

Ante mi siempre llevando

la imagen de Elisa Bella

siempre llorando por ella

siempre anhelando su amor

 

                Pero consigna Revilla que aquel rival malintencionado, ya en artículo de muerte y a sugerencias de su confesor llamó a González Bocanegra para descubrirle sus maquinaciones. Bocanegra le perdonó, a condición de que lo  escribiera y firmara, como en efecto lo hizo. Así pudo el poeta reanudar las relaciones con su novia y sepultar aquella tristeza.

                Fue seguramente el suyo un feliz matrimonio, con un Francisco siempre enamorado. Un pequeño botón de muestra es este poema:

 

                               En mi túmulo no quiero

                               mármol ni oro, nada, nada

                               ni la corona preciada

                               de la gloria o del valor

                               no quiero por epitafio

                               grabado un elogio vano

                               sólo quiero que tu mano

                               ponga en mi tumba una flor

 

Sin embargo, muy enamorado y todo, no parece haber sido siempre dispuesto y tolerante. Por lo menos de eso brinda un asomo el hecho, de que siendo Lupita una pianista asidua desde la infancia, tuvo que abandonar su instrumento después del matrimonio.

                Se cuenta que cierta vez que ella tocaba el piano mientras su marido regresaba del trabajo , él molesto, tomó la llave del piano y lo cerró,  y “cerrado quedó sin que haya noticias de su reapertura”.

                Ninguna de sus 4  hijas aprendió música, siendo materia tan tradicional entre las señoritas de la época. Y cuando quedó viuda y para la manutención de su familia Lupita abrió una escuela, en ella jamás se enseñó música.

                No encontré más datos que me facilitaran entender esa extraña fobia de Francisco.

                Se sabe también que el niño Francisco fue bautizado el día siguiente de su nacimiento en la entonces parroquia que es  hoy la catedral potosina,  por el Dr. D José Antonio de la Lama, abogado de la Audiencia Nacional de México, junto con “el Sr. B. D.  cura juez eclesiástico de la ciudad y su correspondiente partido”,    lo cual nos habla fehacientemente de la buena relación que tenía su padre don José María González Yáñez, - oriundo de Cádiz que se decía “natural de los reinos de Castilla” y había sido militar del ejército realista- con las autoridades civiles y eclesiásticas de la comunidad, tanto por la prontitud con la que concurren como por la  titularidad de los oficiantes.

                Ambos funcionarios serían desterrados del país en 1827 por consecuencia de  la Ley de Expulsión de los Españoles promulgada por el Presidente Guadalupe Victoria.

                Dicha ley y otra similar promulgada en 1829 excluían de la expulsión a los españoles casados con mexicanas y a los que tuvieran hijos nacidos en México, con la única obligación de prestar juramento de sostener la Independencia de la Nación Mexicana, su forma de gobierno y su Constitución. Don José María pudo perfectamente acogerse a la excepción y, además, pudo apoyarse en la influencia política de su cuñado José María Bocanegra, quien aun no había sido presidente pero ya había sido diputado al Primer Congreso General Constituyente y al Segundo Constitucional de 1827 y 28; ministro del Supremo Tribunal de Justicia y ministro de Relaciones con Guadalupe Victoria, y lo era entonces con Vicente Guerrero, como lo sería también  con Valentín Gómez Farias.  Solícitamente, Bocanegra le envió a su cuñado un documento personalizado oficializando por escrito la gracia de  excepción que lo amparaba.

                Pero según testimonio del yerno Serralde Don José María González Yáñez “amparado en su orgullo español y militar” no quiso someterse al juramento impuesto por la ley ni aceptó la gracia concedida.

                Consecuentemente, la familia, con Francisco de 5 años y el más pequeño Luis, su único hermano que sufría algún trastorno mental,  salió al destierro voluntario en 1829. Ocho años permanecieron en Cádiz, donde Francisco inició sus estudios. Pero nostálgica - aunque calladamente Doña María Francisca -  de México y particularmente de San Luis Potosí, regresó la familia en 1836, por voluntad determinada de Don José María, partiendo de la península apenas 24 días después de que las cortes autorizaron al gobierno el 4 de diciembre a “concluir tratados de paz y amistad con los nuevos estados de la América Española”, reconociendo tácitamente la Independencia de México. Obviamente para esa fecha, cuando Francisco ya contaba 13 años de edad, la decisión de regresar a México ya estaba tomada, prueba de lo cual es el escaso tiempo que demoraron en zarpar después de reconocida la Independencia.

A su regreso, Don José María se dedicó al comercio, igual que antes, en lo que fue ayudado por su hijo hasta 1845 cuando partió a la ciudad de México para ejercer por algún tiempo el mismo oficio, en lo que coinciden Revilla, Pimentel, Dávalos y Zavala. Luis ya había fallecido.        

                Monseñor Peñalosa cuenta que Francisco “sintió siempre  una especial devoción hacia el terruño Español que aprecio como de su padre y propio”, por lo que le parece que no es de extrañar que alguna vez escribiera sobre sus dos patrias:

 

Vióme nacer el suelo mexicano

La brisa me arrulló de sus pensiles

Y el apacible cielo gaditano

Miró correr mis años infantiles

 

                El también biógrafo Manuel Muro dice que desde adolescente hacia versos en la escuela de Don Manuel Hernández Soto y en el Colegio Guadalupano Josefino, el famoso “Guadalupano Josefino Sanluisense”, origen del Seminario Conciliar donde el padre Peñalosa nos recuerda que estudiaron egregios potosinos como el poeta Manuel José Othon, el humanista Ambrosio Ramírez, el historiador Primo Feliciano Velázquez,  de donde se infiere que fueron las escuelas potosinas donde estudio Francisco.

                Irse a vivir a la Ciudad de México fue una de las decisiones más trascendentes que Francisco tomó en  su vida, si no la que más. Ahí se encontró con su destino: El amor de su vida, quizá el único, por lo menos del que se tenga noticia; el campo fértil para su vocación, las letras, preponderantemente la poesía; los amigos-colegas que conformaron su círculo de estudio, y la fama. Pero también la muerte, trágica y temprana.

                En México se acercó a los círculos de la Academia de Letrán, ya en época de declive o en sus estertores de fugaz resurgimiento, pero fue flamante y entusiasta  fundador del Liceo Hidalgo en 1849 y miembro de la primera directiva, como vocal. El año siguiente, 1850,  fue electo Presidente. Se había ganado ya el respeto y el reconocimiento de escritores e intelectuales capitalinos, además de por su talento, por sus educados y siempre correctos y respetuosos trato y modales.  Era siempre caballeroso y cortés.

                Quizá fue esta la razón por la que sería comisionado para atender y mostrar la ciudad al ya célebre José Zorrilla y Moral, autor del drama romántico Don Juan Tenorio que ya había escrito cuando vino a México el 14 de enero de 1855.  Fue  el licenciado don José Ramón Pacheco, esposo en segundas nupcias de la madre de Lupita, doña Mariana Villalpando,  y que fuera Ministro Plenipotenciario de México en Paris ante el emperador Napoleón III,  quien escribió a González Bocanegra para encargarle que presentara a Zorrilla en la sociedad mexicana. Unos días más tarde, el 21 de enero, con su grupo de bohemios le organizó un  banquete en el Tivoli de San Cosme, al que asistieron entre otros Vicente y Sebastian Segura,  Luis G. Ortiz, Marcos Arroniz, José Tomás de Cuellar, Francisco Zarco, José María Roa Barcena, Casimiro del Collado,  Anselmo de la Portilla, José Miguel de Losada, Felix María Escalante,  Emilio Rey… Se hicieron amigos.

                En esos círculos gozaba Francisco de participar en reuniones donde su trabajo era sometido a la crítica de sus compañeros, que aceptaba y apreciaba sinceramente.

José Tomas de Cuellar en su estudio sobre La Literatura Nacional recuerda entre sus “compañeros del Liceo Hidalgo a Francisco Granados Maldonado, a José Sebastián y Vicente Segura, a Fernando y Manuel Orozco y Berra, a Luis Gonzáles Ortiz, a Francisco González Bocanegra, a Marcos Arroniz, a Florencio M. del Castillo, y a Francisco Zarco”.

Sin embargo, fue González Bocanegra siempre muy reservado en la publicación. Consideraba que su trabajo era algo íntimo, que sólo pertenecía a sí mismo y a su esposa, fuente de su inspiración y con quien tuvo 4 hijas. Seguramente por esa modesta  actitud por la que nunca buscó lucimiento, algunos críticos modernos lo consideran un poeta menor.

De su poemario Vida del Corazón, el intitulado “A Elisa” es el más antiguo y esta fechado en septiembre de 1846.

                Elisa es el nombre con que  en muchos de sus  poemas se refirió a quien sería su esposa Guadalupe, de lo que ella estuvo siempre plenamente informada.

La primera vez que su trabajo aparece en letras de molde, por cierto en tinta dorada,  es en una hojita suelta de la que el padre Peñalosa obtuvo copia fotostática, fechada el 12 de diciembre de 1849. Es un soneto dedicado “A la señorita Doña Guadalupe González de Pino en su Cumple Años”. Don Joaquín Antonio supone que para entonces ya estaban comprometidos.

Ya viuda, Guadalupe González del Pino, en sintonía con ese criterio  se opuso a la publicación de una colección de 46 poemas que el autor había reunido en  Vida del Corazón; motivo por el que, hasta 1954, sólo habían sido publicados 22, a los que se suman otros 15, no comprendidos en la obra citada. La totalidad de sus trabajos sobrevivientes fueron copilados por monseñor Peñalosa, en gran parte gracias a que se los confiaron sus descendientes, a quienes agradece cumplidamente en su libro.

Fue mucho más conocido por la élite intelectual de la época como declamador y orador, aunque sus apariciones tampoco fueron muy numerosas.  Sus discursos eran ampliamente celebrados.

                En la semblanza que le dedica la Secretaría de Cultura del gobierno federal dice que su debut lo realizó en el Liceo Hidalgo en 1850, donde pronunció su Discurso sobre la poesía nacional. Efectivamente, para  conmemorar el primer aniversario de su fundación, El Liceo celebró una velada literaria el 15 de septiembre de 1850 en el Colegio de Minería. Tres discursos y tres poemas integraron la jornada -recogidos en folleto,  impreso ese mismo año- : discurso de Francisco Granados Maldonado, a la sazón Presidente del Liceo “ al abrirse la  sesión”; discurso de Florencio M. del Castillo sobre Hidalgo – titular del Liceo y Padre de la Independencia ( ojo, en ese ambiente nunca se le llamó  Padre de la Patria - en el día conmemorativo de la gran jornada- ; y “el discurso del socio titular González Bocanegra”.

                Este discurso aunque se intitula de la Poesía Nacional, incluye un apartado referente a la literatura española, en el que  -precisa monseñor Peñalosa-  celebra a Alfonso el Sabio, al arcipreste de Hita Juan de Mena y a Garcilazo de la Vega. De la mexicana a Juan Ruiz de Alarcón –“poeta insigne que con justicia puede considerarse como el Tirso de Molina de Mejico (así, con j) “- a Sor Juana Inés de la Cruz,  a Navarrete y Ochoa, a Sánches de Tagle a quien manifiesta “ el elogio de un joven que lo admira y lo respeta”; a Quintana Roo – “patriota y literato”- a Rodríguez Galván – “aurora de la literatura mexicana”- a Calderón- “imaginación ardiente y creadora”- .

Gorostiza le merece laudanza y poema especial:

              

                                               Palpita el corazón, arde en la mente

                                               de sacrosanta inspiración la llama

                                               dulcísimo entusiasmo al pecho inflama

                                               y de la lira el melodioso acento

                                               alegre puebla la región del viento

                              

Los poemas de la velada  del primer aniversario del Liceo, fueron de Marcos Arroniz, José Tomás de Cuellar y Emilio Rey. La velada concluyó con la “alocución” breves palabras de felicitación del Excmo. Sr. General de División Joaquín de Herrera, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos dirigidas a los socios “al levantarse la sesión”…” Me es muy grato contemplar esta reunión de jóvenes mexicanos dedicados exclusivamente al cultivo de la bella literatura ; y si hasta hoy el Liceo de Hidalgo no ha contado  con auxilio alguno, el Gobierno, que por honra de la nación desea el adelanto de esta clase de establecimientos, ofrece a este toda su protección”.

                Dice monseñor Peñalosa : “No sabemos si en efecto el Liceo gozó de la promesa aunque lo dudamos”

                Poco después González Bocanegra asumiría la Presidencia y sus sucesores serían Marcos Arroniz y Francisco Zarco, en ese orden.

                En la composición Poética que leyó en la Alameda en el Aniversario de las Víctimas de la Patria el 28 de septiembre de 1850 evoca a los héroes mexicanos – Hidalgo, Morelos, Allende, Abasolo- e incluye a Iturbide, pese a las adversidades aun frescas que su memoria generaba. Pero no sólo eso, también dedica el poema a D José Ramón Pacheco, “autor de la historia de la traslación a Mejico de las cenizas de D Agustín de Iturbide en testimonio de sincera amistad y cariño verdadero”.

                Sus respetos por Iturbide nunca estuvieron ocultos.

Años más tarde fue designado para  pronunciar, en el Teatro Nacional, el discurso en honor a los héroes de la Independencia la noche del 15 de septiembre de 1854, misma en que se interpretó por primera vez el Himno Nacional,  con la música compuesta por Jaime Nunó, quien dirigió la orquesta. Quien no asistió a pesar de que estaba anunciada su presencia fue el Presidente López de Santa Anna, por “hallarse indispuesto” y la asistencia oficial fue muy reducida, aunque el teatro estaba repleto y lucía bellamente adornado, pero el Himno debió entonarse de nuevo al día siguiente, en el mismo teatro, ya en presencia de Su Alteza Serenísima y de escaso público. 

El coro fue entonado por la Compañía Nacional de Opera y las estrofas cantadas por la soprano absoluta Claudina Fiorentini y por el tenor absoluto Lorenzo Salvi.

Antes de esta ocasión, el 17 de mayo del mismo año 1854 se cantaron los versos del Himno Nacional con música del maestro Juan Botessini, director de la Compañía de Opera Italiana René Masson”, que según críticas de la época no gustó al público y no fue considerada inauguración.

Un día después, en el Teatro Oriente se celebró una “memorable velada operística” en la que se cantó el Himno a Santa Anna, con letra de  González Bocanegra y música de José Nicolao.

 

La Victoria sus alas despliega

De Santa Anna cubriendo la frente

Siempre triunfa quien sabe, valiente

Por la patria y la ley combatir

Del Anáhuac en bravo caudillo

Lleva en pos, por doquier, la victoria

¡Salve al héroe, de Méjico, gloria ¡

¡ Por la patria juremos morir ¡

 

                En formal agradecimiento la Compañía Nacional emitió constancia escrita destinada a González Bocanegra en la que le “tributa las más expresivas gracias por haber accedido a las súplicas y haberse prestado con sus talentos” a la autoría.

Paradójicamente, este himno le fue dedicado a Santa Anna precisamente cuando llegaba a la capital, derrotado en Acapulco.

Revilla consigna que el Himno Nacional ya con música de Nunó fue aceptado aun por los liberales a pesar de enaltecer a Santa Anna y a Iturbide. La música de Nunó fue elegida entre 15 concursantes el 13 de agosto de 1854, por los jurados José Antonio Gómez, Agustín Balderas y Tomás León.

Nunó, oriundo de San Juan de las Abadesas, Gerona,  España, en 1824,  había venido a México invitado personalmente por Santa Anna quien lo conoció en La Habana, a donde fue enviado por el gobierno español para que organizara sus bandas militares.  Admirado de su calidad como director musical, lo nombró Director General de las Bandas de Guerra mexicanas con grado de capitán de Infantería en 1853. Ese era su desempeño cuando Santa Anna convocó a otro concurso para ponerle música a la letra compuesta por González Bocanegra.

Por esta razón, el 3 de junio de 1980  San Luis Potosí y San Juan de las Abadesas fueron declaradas ciudades hermanas, según consigna El Sol de San Luis en notas publicadas los días 3 y 4.

                Antes de entregar a concurso la letra del Himno Nacional   Francisco hizo correcciones al original,  que vio Revilla y es quien lo testifica, que finalmente quedó así:

               

                De la estrofa IV los versos 1 y  2  decían originalmente :

                               Del caudillo feliz de Zempoala  

                               Te defiende el acero terrible

                Y quedaron así:

                               Del guerrero inmortal de Zempoala

                               Te defiende la espada terrible

 

                Y el verso 5 de la misma estrofa decía:

                               El será de tus hijos ¡Oh patria!

                Y quedó así :

                               Él será del feliz mexicano

                En la estrofa VII el poeta sustituyó “estado enemigo” por “hueste enemiga”

 

                Pero como el personaje a que alude la estrofa  es precisamente Antonio López de Santa Anna, debido a que  en el siglo XIX se hacía referencia poéticamente al Estado de Veracruz como Zempoala, estado natal  de Santa Anna, la estrofa fue eliminada y prohibida. Recordemos que Santa Anna en 1853 se autoproclamó dictador vitalicio con el título de Alteza Serenísima, pero fue derrocado en 1854 por la Revolución de Ayutla, encabezada por  Florencio Villareal, Juan Álvarez e Ignacio Comonfort. 

                El adjetivo “fiera” de la estrofa IX original fue sustituida por “ardiente”.

                Pero por mencionar a Iturbide, a quien realmente debemos la Independencia pero que como todos sabemos para entonces ya había sido primero desterrado y luego fusilado, la estrofa completa quedó también eliminada y prohibida.

                 La estrofa que aludía a Iturbide fue eliminada por el propio Santa Anna y la que  aludía a Santa Anna la eliminó Juan Álvarez en 1855, cuando fue  Presidente de la República, del 4 de octubre al 11 de diciembre del mismo año. Renunció por razones de salud.  En ese breve período Álvarez promulgó la primera de las leyes de Reforma (la llamada Ley Juárez) que suprimió los fueros militar y eclesiástico, y lanzó la convocatoria para instaurar el congreso que 13 meses  después daría vida a la Constitución de 1857

 

                Francisco eliminó también una estrofa completa:

                               De soldados la turba violenta

                               no profane los patrios hogares

                               que no vengan con torpes cantares

                               De la virgen la paz a turbar.

 

                               Que no humillen ante ellos vencidos

                               nuestros padres las frentes rugosas

                               muertas hallen las hijas y esposas

                               los que piensen su honor mancillar

 

                Estas correcciones sobre la letra elegante, menudita y rápida del manuscrito, con rasgos finales que le dan fuerza y carácter,  pueden observarse en la copia autógrafa que pasa por ser la primera del poema, publicada en El Imparcial en 1909.  El manuscrito fue redactado en papel para carta de cuatro cuartillas.

La primera edición del Himno, “limpia y decorosa” fue realizada en 1854 en la imprenta de don Vicente Segura Argüelles en la  calle de Cadena número 10. Llevaba al frente una dedicatoria  de González Bocanegra al general  Santa Anna, promotor del certamen.

Ciertamente, este detalle de la dedicatoria a Santa Anna, que debió repugnar a los liberales triunfadores de la Guerra de Reforma,  jamás se enseña en las escuelas ni se menciona en las historias sobre el Himno.

                Actualmente, según la ley vigente, cantar esas estrofas prohibidas amerita una multa de más de un millón de pesos, o 10 mil UMAS.

                A partir del 20 de octubre 1943  (en plena Segunda Guerra Mundial a la que México se sumó con los aliados el 22 de mayo de 1942),  por decreto del presidente Manuel Ávila  Camacho, el  Himno Nacional Mexicano quedó reducido a solo cuatro estrofas y el estribillo.

                Se eliminaron por considerarlas demasiado bélicas y sangrientas :

                                              

¡Guerra, Guerra sin tregua al que intente

de la patria manchar los blasones!

¡Guerra, guerra! Los patrios pendones

en las olas de sangre empapad.

¡Guerra, guerra! En el monte, en el valle

los cañones horrísonos truenen

y los ecos sonoros resuenen

con las voces de ¡Unión! ¡Libertad!

              

 

Antes patria, que inermes tus hijos

bajo el yugo su cuello dobleguen,

tus campiñas con sangre se rieguen,

sobre sangre se estampe su pie.

Y tus templos, palacios y torres

se derrumben con hórrido estruendo,

y sus ruinas existan diciendo:

de mil héroes la patria aquí fue

 

                En aquella misma ocasión de 1943, como ya había sucedido en otros momentos,  se dio un debate en “petit comité” de ciertas esferas del gobierno que discutieron  la intención de eliminar otros versos y quizá las estrofas completas en las que se menciona a Dios, al Cielo y  al Arcangel Divino, por considerarlas impropias de un estado laico.

               

Ciña ¡oh Patria! tus sienes de oliva

de la paz el arcángel divino,

que en el cielo tu eterno destino

por el dedo de Dios se escribió.

               (…)

piensa ¡oh Patria querida! que el cielo

un soldado en cada hijo te dio

 

                Obviamente, se decidió que permanecieran, pues de lo contrario hubiese sido necesario convocar a la creación de un nuevo himno habida la intensa tijera aplicada.

 

 

                El 24 de febrero de 1984, fue publicada la Ley sobre el Escudo, la Bandera y el Himno Nacionales que señala que la versión oficial actual del Himno Nacional Mexicano, consta del coro y las estrofas I, V, VI y X de la versión original compuesta por González Bocanegra.

                En suma fueron eliminadas  las estrofas originales II, III, IV, VII, VIII y IX

                No fue este de González Bocanegra el primero de los himnos que tuvo México.

                México Desconocido comenta que “en 1821 fue estrenado el primer Himno Nacional compuesto por José Torrescano, que no llamó la atención pues la letra refería la victoria de una batalla de Agustín de Iturbide, ya defenestado; del mismo modo ocurrió con una marcha compuesta –dedicada también a Iturbide ese mismo año- por José Maria Garmedia. En 1849, vino a México Henry Hertz, compositor vienés y propuso a la Academia de Letrán hacer el Himno; la Academia, convocó a un concurso el 4 se septiembre de ese año y Andrés Davis Bradburn recibió el premio por el poema que escribió. En noviembre fue estrenado pero tampoco fue del gusto de la gente”, o quizá  más bien de los gobiernos en turno.

                “En febrero de 1850, en el Teatro Nacional, fue ejecutado un himno compuesto por Carlos Bochsa-Pere con letra del poeta cubano Juan Miguel Losada e interpretado por Ana Bishop. Hubo al menos otras cinco composiciones entre 1850 y 1853; entre ellas, una de Antonio Bar, otra, de dos italianos: Antonio Barilli e Inocencio Pelligrini”.

                Ninguno de ellos prosperó, quizá por no ser resultado de una convocatoria del gobierno y no recibir el apoyo oficial.

                Por cierto, Andrés Davis Bradburn, sacerdote, abogado y poeta fue quien bautizó a Guadalupe, la segunda hija de Francisco y Lupita, esposa de Juan Ignacio Serralde y única con descendencia, a quien Francisco llamaba “compadre” y con quien sostuvo cercana amistad y mutuo interés por las letras.

                Una de las estrofas del himno de Davis dice así:

 

                               Truene , truene el cañón que el acero

                               en las olas de sangre se tiña

                               Al combate volemos, que ciña

                               nuestras cienes laurel inmortal.

 

                En lo personal, no me queda duda que alguna influencia tuvo en la composición de su compadre.

                A propósito de la paga que no recibió González Bocanegra por sus versos, el compadre Davis escribió:

                Lo que son las cosas en nuestro país, mi compadre  cuya composición fue elegida, nada obtuvo y los que fuimos desechados sí recibimos medallas

                También debutó Francisco como dramaturgo. Escribió y montó una pieza teatral en rima y en cuatro actos, con el título de “Vasco Nuñez de Balboa” , la que se estrenó en el Teatro Iturbide en 1856. Al término de la función el público emocionado demandó que el autor subiera al escenario. Una de las más significativas críticas que le atrajo esta primera incursión en el arte escénico  fue la de su amigo José Zorrilla quien opinó: “Su plan está bien combinado, pero conducido a su fin con demasiada lentitud, a causa de la versificación más lírica que dramática, que entorpece sus diálogos…”. Por su parte Florencio M. del Castillo  publicó en El Monitor Republicano que la obra tuvo “un éxito brillante”, haciéndose eco de “los elogios que toda la prensa le ha tributado”. La representación se repitió en el Teatro Iturbide el 21 de septiembre de 1856 y en esta ocasión el autor fue “llamado 2 veces a escena y obtuvo una corona del público, digno premio a su talento que nos hace esperar nuevas y más acabadas obras de su pluma”.

                Fue la única que completó, y al morir dejó otra inconclusa.

                Tuvo Francisco un gran amigo, Luis G. Ortiz, el único al que dedicó un poema:

                                               Si tenemos los dos la misma suerte

                                               tumbas también encontraremos quietas

                                               donde a los dos nos reunirá la muerte

                                               grabando en nuestra losa: Dos Poetas

 

                Carente de una fortuna personal suficiente y seguramente no muy próspero ni feliz como comerciante, Francisco trabajó en la Ciudad de México en el servicio público para mantener a su familia.  Fue oficial archivero de la Administración General de Caminos y Peajes durante un gobierno de Antonio López de Santa Anna, Vocal de la Junta Inspectora  de Teatros y Censor de Teatros,  y Director del Diario Oficial del Supremo Gobierno en la administración de Miguel Miramón.

                Al entrar el General Miramón a la capital de la República el 7 de enero de 1860, triunfador de la batalla de Colima, tras el Te Deum en la Villa de Guadalupe y el recorrido por las calles en carretela abierta, al final de un suntuoso desfile de vehículos, y al presenciar desde Palacio los fuegos de artificio, escuchó un himno en su honor cuya letra fue escrita por Bocanegra:

                               De la Patria doliente     

                               Eres tu la esperanza más bella

                               (…)

¡Gloria, gloria al invicto guerrero

                               De la patria defensa y honor!

 

                En 1860 se publicó en el Diario Oficial del Supremo Gobierno, que él mismo dirigía, el Himno a Miramón, quizá el último trabajo impreso de Francisco.

                El México de entonces se dividía en opiniones y bandos. Las odiosas etiquetas seccionaban a los mexicanos en Liberales y Conservadores. Aunque la Academia de Letrán agrupaba generosamente  a escritores de toda índole, no escapaban a la partición  en Románticos y Clásicos. Los Románticos solían ser liberales y los clásicos conservadores, aunque como certeramente observa el padre Peñalosa había Clásicos Liberales y Románticos Conservadores. Pero efectivamente los hombres de letras no se sustrajeron a los asuntos sociales y políticos y Francisco estuvo siempre atento y cercano a los convulsos sucesos de su época.

                Revilla asegura que “nunca se hizo notar de conservador neto o retrógrado, pues había pertenecido a partido liberal moderado”.

                Pero por su parte, Galindo y Villa testifica que “Bocanegra constantemente estuvo afiliado al partido conservador, lo que no dejó de ocasionarle amargos sinsabores”.

                Sus empleos en el gobierno y los himnos que dedicó a Miramón y a Santa Anna no dejan lugar a dudas, pero de ninguna manera puede decirse que haya sido un político de ideología o “de predicación”.

Al finalizar la Guerra de Reforma – el gobierno de Miramón cayó con la derrota en la batalla de Calpulalpan el 22 de diciembre de 1860 y los liberales triunfadores entraron victoriosos a la ciudad de México el 25-  temeroso de alguna persecución en su contra como se  había desatado  contra todo lo que tuviera el menor rasgo,  Francisco buscó asilo en casa de su tío José María Bocanegra,  en la calle de Tacuba 36 entre las actuales Motolinía e Isabel La Católica , muy cerca del actual Metro Allende, a pocos pasos de la suya en la que escribió el Himno Nacional Mexicano y donde vivían su esposa, su madre y sus hijas. Se refugió oculto en el sótano, de donde se dice que salía por las noches para visitar a su familia, disfrazado de indio, versión rechazada por alguno de sus descendientes.

Fue ahí donde se contagió de tifo, quizá por picadura de pulgas infectadas por ratas, enfermedad que le causó la muerte el 11 de abril de 1861, a los 37 años, 3 meses y 3 días de edad.

El Monitor Republicano publicó una breve nota: Ha fallecido en esta capital el señor D. Francisco González Bocanegra después de una corta enfermedad (…) Era un joven de muy finos modales y de bastante instrucción que, por circunstancias que nunca comprendimos se filió de un partido al cual nunca debió pertenecer”.

Ninguno de los periódicos, que fueron varios los que dieron noticia de su fallecimiento, lo identificó como autor del Himno Nacional, acaso por las circunstancias políticas del momento.

Fue inicialmente sepultado en “el patio chico” del Panteón de San Fernando.

Escribe monseñor Peñalosa:

Cuarenta años los huesos de Bocanegra  permanecieron en la tumba más terrible: la  del silencio; olvidados de gobierno, artistas y pueblo ( ...) la trompa guerrera de su himno siguió convocando al patriotismo, a la unión y a la libertad…salvo en la época de Juárez, que permaneció mudo, remitido al olvido o a la falta de uso. Pero desde los primeros días del gobierno de Sebastián Lerdo de Tejada, reapareció en las ceremonias oficiales y en el gobierno de Porfirio Diaz se convirtió en infaltable.

Entre paréntesis, Miguel Lerdo de Tejada siendo Oficial Mayor del ministerio de Fomento, Colonización, Industria y Comercio fue el firmante de la convocatoria al concurso que ganó Francisco con su letra del Himno Nacional. Miguel también murió de tifo el 22 de marzo de 1861, 20 días antes que Francisco.

“La escritora, señorita Emilia Beltrán y Puga inició en la prensa de la ciudad de México, principalmente en El Tiempo en 1901,  la idea feliz de honrar la memoria del poeta,  exhumar sus restos y trasladarlos a lugar más decoroso. En principio se acordó rendir un homenaje y depositar una corona confeccionada por sus nietas, Carmen, Guadalupe y Mercedes Serralde. Una comisión partió en carruajes desde el Ayuntamiento, encabezada por varios regidores. En ese homenaje estuvo presente Jaime Nunó. También se acordó exhumar sus restos del Panteón de San Fernando y trasladarlos al  Panteón Municipal de Dolores donde el gobierno había adquirido una fosa de primera clase a perpetuidad.

En el acto de exhumación realizado el 20 de noviembre  ya no estuvo presente la señorita Beltrán, quien había muerto unos días antes.

El 23 del mismo mes fueron trasladados los restos en un concurrido cortejo fúnebre  en el que ya no estuvo tampoco Nunó, quien había partido a Búffalo, Nueva York, donde residía, pero envió una gran corona que se sumó a las muchas que lucieron la ceremonia, encabezada por el gobernador del Distrito don Ramon Corral y por el presidente del Ayuntamiento don Guillermo de Landa y Escandón. Hubo discursos y poesías y una memorable oración pronunciada por su yerno Juan Ignacio Serralde.

Sobre el mármol, una placa mostraba la leyenda: Restos del poeta don Francisco González Bocanegra, autor de la letra del Himno Nacional Mejicano. – Méjico.- Abril 11 de 1861.

La segunda hija del poeta, Maria de la Luz, monja, hacía varios años que había enviado desde España una cruz de piedra para que fuera colocada sobre el sepulcro de su padre.

Treinta y un años después las autoridades del Distrito Federal acordaron remover los restos del “Cantor de la Patria” para una nueva traslación “al lugar culminante de aquel campo mortuorio”, la Rotonda de los Hombres Ilustres.

La nueva inhumación se realizó el 27 de septiembre de  1932.  La placa recibió un adendum, para quedar así:

Restos del poeta don Francisco González Bocanegra, autor de la letra del Himno Nacional Mejicano. – Méjico.- Abril 11 de 1861.

Fueron trasladados del Panteón de San Fernando por el H. Ayuntamiento de la capital el 23 de noviembre de 1901.

En 1942 nuevamente fueron exhumados los restos para el grandioso homenaje rendido a los autores del Himno, González Bocanegra y Nunó. Un avión especial condujo las cenizas de Nunó desde Búffalo al aeropuerto de la capital  mexicana en una urna envuelta en la bandera nacional, de donde fueron llevados al Zócalo, lugar convenido para que al mismo tiempo llegaran los restos de Francisco “en doble y triunfal cortejo” al mediodía del 11 de octubre.

Al pasar frente al numero 36 de la calle de Tacuba, donde el poeta había muerto, el cortejo se detuvo durante un minuto en el que se guardó solemne silencio.

Al llegar ambas urnas a la Plaza de la Constitución cien mil voces cantaron el Himno Nacional, bajo la batuta del ilustre músico Julián Carrillo.

                Existe actualmente una placa en la casa situada en el número 48 de la calle de Tacuba, anteriormente Santa Clara 6, en la Ciudad de México, con la siguiente inscripción: “En esta casa vivió y murió el poeta Francisco González Bocanegra y donde escribió las estrofas del Himno Nacional, año de 1853”. Pero lo que afirma esta placa es falso, pues Francisco no murió en Santa Clara 6, sino en la calle de San José El Real número 6, actualmente Tacuba 36,  como lo testifica la partida correspondiente, en el Libro de Entierros. Año 1861. Partida 200. Foja 193.Del Archivo del Sagrario Metropolitano de México.

                El 16 de septiembre de 1919 a sugerencia del historiador potosino Julio Betancour se colocó una placa de mármol en el número 2 de la calle Mariscal con una inscripción que dice “en este lugar existió la casa en que nació el C. Francisco González Bocanegra Autor de la Letra del Himno Nacional”. Seis años después, también el 16 de septiembre de 1935, a instancias del licenciado Rafel Diaz de León se cambió el nombre de ese tramo de la calle Mariscal por el de Francisco González Bocanegra que actualmente lleva. Pero el licenciado  Jesús Zavala afirma en su libro: “ Del hecho de que la familia González Bocanegra haya habitado la mencionada casa no se infiere que en ella nació el autor de la letra del Himno Nacional”,  comentario que el padre Peñalosa califica de “prudente” y que nos deja sin la precisión del lugar exacto de su alumbramiento.

                El 27 de junio de 2024, en ceremonia solemne el Senado de la República se develó en el Muro de Honor la leyenda “Francisco González Bocanegra, autor de la letra del Himno Nacional”, como “una manera de reconocer su contribución por la creación de uno de los símbolos más importantes de nuestra identidad nacional”.

Pese a ser como decíamos al inicio los versos más conocidos y memorizados por los mexicanos, varios cantantes famosos como Ana Bárbara, Vicente Fernández,  Coque Muñiz, Jenny Rivera, Julio Preciado y otros se han equivocado al entonarlos  en eventos públicos, recibiendo  rechiflas, abucheos y severas críticas. Su error los ha marcado de por vida.

Tips al momento

Confirma Álvaro Bustillos intención de reelegirse al frente de la UGRCh

Ayer, el presidente de la Unión Ganadera Regional de Chihuahua, Álvaro Bustillos Fuentes, dio a conocer, en gira por el municipio de Gran Morelos, su intención de reelegirse para continuar al frente de esa asociación.

Bustillos Fuentes, quien acompañó a la gobernadora Maru Campos, en gira para la entrega de apoyos a productores de ese municipio, también dio a conocer los avances que se tienen en la adecuación de las estaciones cuarentenarias de Chihuahua, para que se reanude la exportación de becerros a los estados Unidos, suspendida el pasado noviembre, por el cierre de la frontera norteamericana tras detectarse gusano barrenador del ganado en Chiapas.

Además, informó, que ya se envió la solicitud al Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (Senasica), para que efectúe una supervisión sobre los trabajos realizados para adecuar las instalaciones de las estaciones cuarentenarias al nuevo protocolo sanitario,  objetivo para el que invirtieron más de 20 millones de pesos, para que se permita la reapertura de la frontera norteamericana.

Luego de esa supervisión, vendrá la revisión que realice el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos, para aprobar las adecuaciones al protocolo de sanidad y se logre reabrir la frontera a la exportación de becerros hacia ese mercado.

 

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