Ya sé, no por nada mis conocidos de toda la vida me dicen “El Grinch”; y es que, para mí, ese asunto de los festejos, los abrazos, las fotos y los congratulations, no es para mí(“pobre de mí, ¡ay corazón!”). Esas cuestiones me parecen, básicamente y al unísono: una estupidez y una pérdida de tiempo, igual que los cumpleaños: ¿qué de raro tiene (se preguntaría don Vicente Fernández) que la tierra le dé una vuelta al sol completa o que transcurran trescientos sesentaicinco días (sesentaiséis en los años bisiestos) desde la última vez que llevamos esa cuenta idiota?
La Navidad es distinta. O era. Cuando yo estaba chiquito —quiero decir, más chiquito (y no tan prieto ni gordo, ni feo, ¡carajo, cómo han pasado los años!)—, ese asunto del Niño Dios, de su nacimiento, de las albricias, era un acontecimiento memorable por extraordinario y benigno; digo, no todos los días nace un hijo de Dios. Era parecido a la Semana Santa, pero al revés: no todos los días muere un hijo de Dios para redimirnos de nuestros pecados.
Sin embargo, ambos acontecimientos —sí, leyó usted bien, “acontecimientos” (porque no sólo se trata de fechas ni de días inhábiles en el calendario)— han ido perdiendo su significación, su razón de ser y hasta su lustre.
La Navidad, más que Navidad, es el aguinaldo y las vacaciones de invierno. La Semana Santa, ¡La Semana Santa! ¡Por Dios!, son cinco días (o cuatro) para ir a la playa a encuerarse y exhibirse —los que puedan ir a la playa, los que se puedan ir a encuerar o los que puedan ir a exhibirse, cuando no todo junto—.
Vale, está bien, claudico y me callo el hocico, que cada quien haga con su cuerpo —su cuerpa o su cuerpe— lo que le dé su real gano, gana o gane en las fechas en que su voluntad se lo dicte; pero, si el 99% de la humanidad puede desacreditar, trivializar o, de plano, burlarse, de esas dos fechas tan importantes para un montón de gente (me incluyo), ¿por qué razón vamos a darle al mentado Año Nuevo ese crédito de estrépito? ¿Ese recomienzo perpetuo que promete que, ahora sí, vamos a ahorrar, a adelgazar, a dejar de comer como marranos, a hacer ejercicio como caballos, a dejar de fumar o de beber como cosacos?
El 31 de diciembre es un día más. Otro.
Creo que tendríamos que empezar a significar los días por su contenido intrínseco; me explico: celebre por todo lo alto porque ese día sí ahorró y no se compró esa estupidez que para nada le sirve, porque ese día no tragó como marrano, porque ese día sí hizo ejercicio, porque ese día no fumó como chacuaco ni bebió como cosaco. Viva el día, componga su día, arréglelo, aderécelo, póngalo bonito y festeje por la noche; es decir, duerma tranquilo sabiendo que hizo lo correctoese día, sólo ése.
No hallo ninguna razón ni válida, ni plausible, ni lógica, para andar festejando pendejadas. Por eso no las celebro. Y no es que me duela cumplir un año más, es que me vale un pepino.
Conste, no quiere decir que no me haga feliz saber de alguno —o alguna o algune—que empieza a ahorrar, a dejar de tragar como cerdo, a hacer ejercicio como caballo o a no fumar ni beber, no; me gusta, lo celebro, lo festejo, pero básicamente me vale madre, porque estoy muy ocupado viviendo mi vida —y vaya que la tengo movidita— como para ocuparme de cómo la viven o la desviven los demás.
Por eso, si usted es de los que anda festejando puras pendejadas y celebrando lo que no debe (o sí, pero no), pues felicidades y por este medio reciba un cordial abrazo y mis mejores parabienes para el año que entra; si es de los otros (me refiero a los sensatos), ¡carajo!, pues, ¡bienvenido al club!, sin abrazos, ni guiños, ni felicitaciones inútiles, pero, de veras, le deseo que ahorre, que dejede tragar como cerdo, que haga ejercicio y que no fume ni beba (alcohol, no se esté haciendo güey, porque desde el principio me entendió).
Concluyo: lo de “cuerpa”, “cuerpe”, “gano” y“gane” (en ese contexto) o “alguna” y “algune”, no es una concesión a esa moda imbécil de hablar, es franca burla; ello, porque quiero comenzar bien el año: escribiendo lo que pienso sin claudicar y... ¡salud por eso! ¡Feliz año nuevo!
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Luis Villegas Montes.
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