El regalo de Navidad de México y Colombia a Maduro

En Venezuela no hay duda de que Nicolás Maduro perdió las elecciones presidenciales de julio último, en las que postuló a su propia sucesión por una paliza memorable. Y no es que simplemente lo diga la oposición, sino que se volteó en su contra el sistema electoral “casi perfecto y maravilloso” que el chavismo ayudó a construir cuando era minoritario para impedir un fraude de sus adversarios políticos.

Una gigantesca red de testigos ciudadanos, educados por la oposición que lideró María Corina Machado, fue capaz de fotografiar los resultados de cada casilla electoral, con sus códigos QR y firmas únicas, y subirlos en vivo a una página web en la que cada quien pudo verificar la votación de su parroquia. Lo que cogió tan de sorpresa al oficialista Consejo Nacional Electoral que hasta el día de hoy ha rechazado publicar los resultados de las actas electorales, contrario a la costumbre venezolana, alimentando las sospechas de fraude.

Incluso el izquierdista Centro Carter y la ONU, los únicos observadores independientes admitidos en las elecciones, han rechazado el resultado oficial y dado credibilidad a las actas de la oposición, que muestran una amplia victoria  (por más de 70%) del candidato opositor Edmundo González sobre Nicolás Maduro, quien tuvo que recurrir a su aliado del Tribunal Suprema de Justicia para que valide los resultados en completa opacidad.

Pero esa derrota electoral no parece ser suficiente para impedir la toma de posesión de Maduro el 10 de enero. Y es que el chavismo mantiene un férreo control de las fuerzas armadas y policiacas del país, junto con el respaldo de un núcleo duro de alrededor de 25% de votantes dispuestos a defender los restos de la revolución bolivariana con su vida, incluso después de 10 años de crisis económica que ha empujado a emigrar a más de 7.7 millones de sus habitantes, según las cifras de la ACNUR. Mientras que la oposición, en la clandestinidad o el exilio, parece tener poco más que discursos a la mano.

En medio de esta confusa situación, resulta que los gobiernos de Claudia Sheinbaum en México y Gustavo Petro en Colombia decidieron ofrecerle un inesperado regalo de Navidad a Nicolás Maduro: el envío de una representación diplomática a su toma de posesión el 10 de enero.

Un gesto altamente simbólico que le ofrece legitimidad, a diferencia del resto del continente, que exige la presentación de las actas electorales para tomar postura.

En cuanto a Colombia, tiene motivos de sobra para hacerlo. Comparte dos mil 200 kilómetros de frontera con Venezuela. Su estabilidad económica es primordial para el comercio fronterizo y le permite mantener una forma de presión sobre grupos armados como el Ejército de Liberación Nacional (ELN) y disidentes de las FARC que operan en Venezuela con el beneplácito de Caracas.

 Pero en el caso de México, queda la duda de qué es lo que pediremos a cambio de ese regalo de Navidad.

Es verdad que históricamente hemos adoptado una sólida tradición de no intervención en los asuntos de otros países, y en ese sentido es congruente desinteresarse de lo que pasa en Venezuela. Además de que en un momento en el que Estados Unidos planea devolver millones de migrantes a la frontera, mantener una relación fluida con Caracas permitiría negociar la repatriación de cientos de miles de venezolanos, que forman el principal éxodo del continente y constituyen un gigantesco mercado entregado al crimen organizado que controla las rutas ilegales en nuestro país.

Es verdad también que cerrar las vías del diálogo con Maduro, como lo intentó hacer el cerco diplomático de los expresidentes de Estados Unidos (Donald Trump), Colombia (Iván Duque) y Brasil (Jair Bolsonaro) y las sanciones que impusieron para asfixiar a la economía venezolana no lograron sacar al chavismo del poder, sino únicamente hacer de la vida de sus ciudadanos más pobres un infierno. Por lo que el hecho de que un bloque de países mantenga canales de interlocución con el dirigente chavista sólo puede ser benéfico si se piensa en alguna posible transición por venir, así no sea en el contexto de estas elecciones.

Pero también cabe preguntarse si la decisión de México de no intervenir en las elecciones de otros países no viene acompañada de una promesa implícita de que suceda lo mismo puertas adentro.

Porque en un momento en el que Morena parece organizar el regreso de un partido hegemónico que controla el Poder Ejecutivo, tiene amplía mayoría en el Poder Legislativo y se dispone a tomar en mano el Poder Judicial con la elección de jueces designados por comisiones de dos de los tres poderes de la Nación, desapareciendo de paso a cualquier instituto independiente, no está claro que la ciudadanía mexicana sea capaz de organizar una red de testigos suficientes para vigilar las elecciones previstas por la Reforma Judicial, en las que todo parece indicar que la oposición no dispondrá de sus propios observadores políticos. Pese a lo mucho que pujó la izquierda por obtener ese derecho cuando era minoritaria.

Y si el mundo tampoco viene a revisar el desarrollo del escrutinio, bien sea por desinterés (con un Trump que no es el mayor demócrata en la Casa Blanca) o por agradecimiento (como sería el caso de Maduro), ¿qué certidumbre nos dejará esta votación?

¿Cómo será en realidad el intercambio de regalos navideños de nuestros presidentes?

Con información de proceso.com.mx