Además son certeras, resuelven problemas, no se dedican a crear nuevos problemas, no hacen ni ilusiones ni soluciones mágicas, se apoyan en la lógica y la objetividad, son de uso universal, para resolver lo complejo no dividen a la sociedad, sino que buscan soluciones integrales.
Para la solución de las problemáticas sociales y las propuestas a seguir para construir el desarrollo integral, los conservadores no nos apoyamos en ideologías, recurrimos a los valores éticos y morales universales (aplicables para todos y en todo), usamos principios y directrices que buscan soluciones que privilegian la vida, la persona, la familia y el bien común, no el de ciertos grupos de poder a costa de sectores sociales incomodos.
A diferencia de los partidos que por definición parten y confrontan a los electores, privilegiamos y priorizamos la búsqueda del bien común abarcando al todo, buscamos que se construyan políticas públicas de alcance para toda la sociedad, sin confrontar a los sectores que la forman.
En vez de aplicar la regla de la competencia política, que es partir o dividir a la sociedad, para confrontar grupos sociales provocando dispersión y enemistad, incluso descalificando al adversario, nos esforzamos por construir la unidad en la identidad de pertenencia a una nación.
Tratamos de cimentar nuestras propuestas, acciones y evaluaciones recurriendo a los valores reconocidos por todos en lo ético y lo moral, en el reconocimiento inapreciable de la persona, su superación personal y colectiva y el bien para todos.
El pensamiento conservador no teoriza, sino que parte de la observación y el análisis objetivo de los resultados que dan acciones en función de los beneficios y parte de lo que en la experiencia se ha probado que funciona para el bien de la sociedad, buscando extrapolar ese conocimiento obtenido del análisis crítico de los hechos, para diseñar proyectos y políticas públicas de mayor extensión y alcance en el tiempo, verificando que los recursos invertidos tengan retorno de la inversión y no sean destinados a fondo perdido, lo que representa una quimera utópica de la administración pública.
Jorge Luis Vargas Romero