A ti ciudadano:
En 1922, la gente de la ciudad de México reservaba el domingo para tener su único duchazo de la semana. Pero el domingo del 19 de noviembre de ese año sería diferente, porque de las llaves no salía ni gota de agua.
Durante las primeras horas de ese día no hubo mayor problema ni preocupación, tal vez, pensaron muchos de los 615 mil habitantes que había entonces, se trataba de un problema pasajero, así que muchos acudieron a las casas de sus vecinos, a las fuentes e incluso a las llaves públicas para obtener el líquido, pero nada, todo estaba seco, la tensión entre la gente comenzó a aparecer.
La noticia se esparció como pólvora al día siguiente: un empleado descuidado había permitido que las bombas de la planta de la Condesa, donde terminaba el acueducto de Xochimilco, se inundaran. El director de Aguas Potables aseguró que tomaría tres días secar la maquinaria, pero no tardó en reconocerse que el problema se alargaría por toda la semana.
No habían pasado ni tres días del inicio de la crisis hídrica y el problema ya empezaba a tomar tintes de hecatombe. Los baños comunitarios de las vecindades estaban rebosantes de desechos; tortillerías, panaderías y restaurantes tuvieron que cerrar forzosamente.
Aparecieron los aguadores, quién sabe de qué alcantarillas, sacaban un agua turbia para venderla a 25 centavos el cubo y otros 25 centavos si había que llevarla a un segundo piso.
Para el sábado 25 de ese mes, El Universal tituló su primera plana con un grito desesperado: “¡No hay agua, no hay agua, no hay agua!”. Las críticas contra el alcalde Miguel Alonzo Romero y el Ayuntamiento se intensificaron. Un editorial acusaba a las autoridades de negligencia y corrupción, mientras algunos exigían al presidente Álvaro Obregón que disolviera el gobierno local.
Al siguiente día se dio la primera manifestación por la falta de agua, exigían la renuncia de las autoridades. El encono era tal que se trató de una protesta masiva. El miércoles 29, una nueva marcha convocada por el Partido Laborista Mexicano derivó en tragedia. Al llegar al Zócalo, las pancartas clamando “¡Agua, agua, agua!” dieron paso a una batalla campal. Piedras, balas y fuego se mezclaron en una noche de violencia que dejó 21 muertos y 64 heridos.
Las puertas del Ayuntamiento cayeron bajo el embate de una multitud enfurecida, y el edificio comenzó a arder. Paradójicamente, el municipio que había provocado la crisis no tenía agua para sofocar las llamas.
La ciudad que había sido construida sobre un lago, estaba cayendo por la falta del líquido. Fue hasta el 2 de diciembre de ese año que las llaves empezaron a dar servicio, pero solo por dos horas diarias, dando fin a la primera crisis hídrica de la historia de la capital, aunque tristemente tal vez no la última.
Fueron días terribles en los que los baños despedían un hedor indescriptible, la gente caminaba con lagañas y casi ningún negocio abrió, así fue la sequía de la Ciudad de México en 1922.
Por Víctor Hugo Estala Banda