Chautipan, Chilpancingo.- Acá arriba, a mil 800 metros sobre el nivel del mar, donde este sábado 9 de noviembre velaron y sepultaron a 11 personas asesinadas, le llaman la Sierra. Chautipan es una cordillera rodeada de ocotes y encinos, con casas de madera dispersas en las lomas, de las cuales emana el aroma a pino de los fogones en los que se cocinan frijoles y tortillas. El pueblo está atravesado por la vía que conecta con una cadena de comunidades serranas en los municipios de Chilpancingo y Leonardo Bravo. Es un lugar frío, con temperaturas que oscilan entre los 12 y 15 grados; en diciembre, el frío se intensifica y, en ocasiones, desciende hasta los cinco grados.
Allá abajo, en la cabecera de Chilpancingo, en el acceso sur de la capital (el lugar es un dato clave) la noche del miércoles 6 de noviembre apareció una camioneta blanca abandonada con los restos de 11 personas originarias de Chautipan, de las 17 que desaparecieron entre el 21 y 27 de octubre. Eran cuatro niños, dos mujeres y cinco hombres, cuyos cuerpos fueron velados en ataúdes sellados, para que ningún familiar sucumbiera a la tentación de abrir la caja. Alguien lo intentó antes. Emanó el hedor de la descomposición.
Los funerales son tristes porque la idea de la muerte se materializa. Aquí se cristalizó de forma cruenta. Los restos abandonados en la camioneta estaban en 30 bolsas negras. Revueltos. Para meterlos a los ataúdes, los juntaron en el Servicio Médico Forense (Semefo).
“Toda la gente de Chautipan tiene miedo y mucho dolor. Nunca habíamos vivido algo así, no entendemos, no comprendemos por qué estas personas fueron asesinadas de estas formas. Es una injusticia”, cuenta un hombre que intenta mantener oculta su identidad con solo un cubrebocas.
“Acá arriba” y “allá abajo” es algo más complejo que un tema de altitud.
Allá abajo, en el punto cardinal donde abandonaron los cadáveres, es terreno minado para la gente que habita la Sierra. Esa parte de Chilpancingo, que abarca la región hacia la Montaña baja y los pueblos de la zona conocida como El Circuito Azul (llamada así por la presencia de manantiales de aguas templadas), está bajo el control político, económico y criminal del grupo conocido como Los Ardillos.
Acá arriba los pueblos tienen otros dueños. No es eufemismo. Son dueños de todo, incluida la gente. Los llaman Los Tlacos. La gente de los pueblos en algún momento se les opuso, pero fueron sometidos también de formas cruentas. Más recientemente, otro grupo conocido como Los Jaleacos, empieza a imponerse. Los Jaleacos, aunque suene a obviedad, son de Jaleaca, otra comunidad serrana del municipio de Chilpancingo. Chautipan queda en medio de los dos extremos: de Jaleaca, es decir, de Los Jaleacos y de la cabecera, es decir, de Los Ardillos.
Nueve de las personas sepultadas fueron veladas en un mismo domicilio. Los menores Raymundo, de 13 años; Abraham, de 15 y Diego, de 16; las mujeres Clara Francisco Cabrera, de 30 años y Flor Itulia Cabrera Sánchez, de 53 y los hombres adultos Héctor Santos de la Cruz, de 32; José Enrique Francisco Cabrera, de 26; Mario Francisco Millán, de 49 y Alfonso Francisco Cabrera, de 35. En la casa del hombre de más edad velaron a los nueve.
El señor Inés Morales Francisco, de 34 años, y el niño Ángel, de 13 años, fueron velados aparte, en sus domicilios. Ángel es el niño que aparece en un video difundido en las redes sociales, en el que supuestamente confiesa que Los Jaleacos “los mandaron a los terrenos de Los Ardillos”.
En la casa de Mario hay varias niñas y niños con los ojos hinchados y enrojecidos por el llanto. Varios se quedaron huérfanos de mamá y papá. Es el caso de los tres hijos de Clara Francisco Cabrera, de 30 años, y de Marco Antonio Barrera Millán, de 32.
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La gente de Chautipan exige a las autoridades continuar la búsqueda. Todavía faltan seis hombres por aparecer: Marco Antonio Barrera Millán, Pedro Israel Barrera Millán, Javier Barrera Millán, Jaime Cayetano Tolentino, Leandro Giovani Francisco Sacristán, otro niño de 14 años y Joel, otro menor, de quien no se conocen sus apellidos.
Esta tragedia colectiva deja nueve viudas y 20 huérfanos.
En 2008, Mario Francisco Millán, después de una mala temporada de siembra con poco maíz para sobrevivir el resto del año, decidió probar suerte vendiendo trastes. Sus paisanos desconocen cómo un comerciante de la colonia San Juan, en Chilpancingo, logró contactar a algunos hombres de Chautipan para que vendieran su mercancía: ollas de peltre, de aluminio y sartenes de acero.
Mario comenzó a vender en las comunidades de la sierra. Con el paso de los años se sumaron otros hombres de Chautipan a esta actividad comercial y probaron fortuna en otros pueblos de otras zonas, entre ellos, los pueblos de la Montaña baja, los que se convirtieron en sus mejores clientes.
En esos pueblos de la Montaña baja nunca tuvieron ningún tipo de problema, comparte la hermana de los comerciantes Marco Antonio Barrera Millán, Pedro Israel Barrera Millán, Javier Barrera Millán, quienes continúan desaparecidos.
“El dueño les pasaba los trastes, por ejemplo, si una vaporera costaba 2,000 pesos, ellos la vendían en 2,200, los 200 eran para ellos. No era mucho lo que recibían, pero les servía para completar el gasto de sus familias”.
Los comerciantes no salían a vender en tiempos de lluvias. En los meses de junio a septiembre atendían sus milpas. Pasando el temporal reanudaban sus ventas.
Salían los lunes, regresaban los viernes. Descansaban los fines de semana y el lunes salían de nuevo. Esta salida era la primera después de la temporada. Salieron de Chautipan el 21 de octubre, a las siete de la mañana. Salieron seis adultos y tres menores. El primer lugar al que irían a vender sería en El Epazote, una comunidad de origen nahua, de Chilapa, de acuerdo con lo que contaron a sus familiares. Antes debían pasar por los trastes a la colonia San Juan.
“Como a las once de la mañana mi hermano se comunicó y me dijo que ya estaban en Chilpancingo, que ya habían pasado a traer los trastes y que ya se iban para El Epazote, que como a las cinco de la tarde se volvía a comunicar conmigo”.
Mario no se comunicó a las cinco, ni a las seis, ni a las siete, entonces su hermana le marcó y el aparato la mandaba a buzón. Esa tarde no se preocupó demasiado porque sabía que en los pueblos en los que vendían no había buena señal. Pero al otro día tampoco supo nada de él, y los otros hombres tampoco se comunicaban ni contestaban. El mismo 22 de octubre un grupo de cuatro hombres salieron de Chautipan directo a El Epazote, a buscarlos. También perdieron contacto con ellos.
El 27 de octubre, Flor Itulia Cabrera Sánchez, de 53 años, y Clara Francisco Cabrera, de 30 años, y otros dos hombres más, también salieron a buscar, ahora a un total de 13 personas. El esposo y el padre de Clara eran dos de los desaparecidos.
De acuerdo con lo que cuentan los habitantes, Flor y Clara iban comunicándose permanentemente mediante mensajes, además llevaban su ubicación activada. Pero perdieron contacto con ellas cuando pasaron por Tlanicuilulco, la comunidad del municipio de Quechultenango, de donde son originarios los hermanos Celso, Jorge e Iván Ortega Jiménez, tres de los líderes de Los Ardillos, de acuerdo con un mapa criminal elaborado por el gobierno estatal.
A esta familia pertenece el político perredista Bernardo Ortega Jiménez, quien fue cuatro veces diputado local y dos veces alcalde de Quechultenango. Bernardo Ortega niega tener vínculos con sus hermanos criminales.
La comunidad El Epazote, a donde iban primero a vender su mercancía, es el pueblo originario de la actual alcaldesa de Chilapa, Mercedes Carballo Chino. La hermana de Mercedes es la esposa del líder criminal principal de Los Ardillos.
El jueves 31 de octubre, las familias denunciaron ante la Fiscalía General del Estado (FGE) la desaparición de un total de 17 personas de Chautipan y la Fiscalía emitió 16 fichas de búsqueda. La ficha del menor Joel no fue emitida.
El 4 de noviembre, la FGE emitió un comunicado con el ofrecimiento de una recompensa de un millón de pesos a quien diera información que ayudara a localizar a 16 personas desaparecidas, aunque los habitantes siempre insistieron que eran 17.
Ese mismo día, el grupo criminal que los capturó circuló un video en el que aparece Ángel, de 13 años, descalzo y amarrado de las manos, asegurando que iban a las comunidades de Chilapa para vigilar a Los Ardillos por órdenes de Los Jaleacos.
La noche del 6 de noviembre, 16 días después de los primeros desaparecidos, una camioneta blanca con restos humanos fue abandonada sobre la carretera federal México-Acapulco, a la altura del hotel El Parador del Marqués, al sur de la ciudad, la parte que corresponde a la porción que controlan Los Ardillos.
La cámara capta a un adolescente escuálido, descalzo, amarrado de las manos, sentado en el suelo y recargado en el tronco de un árbol. Ángel, de 13 años, no alza la vista. Ve sus pies. Trae puesto un pantalón de mezclilla y una playera gris.
“Nos mandaron a checar territorio para acá, a informar de Los Ardillos, a tomarle foto a la gente, a sus casas, camionetas y cómo ha estado el gobierno”, dice el menor de forma atropellada en el video que grabaron sus captores.
La aparición de un video de estas características opera como un dispositivo que criminaliza y justifica atropellos y vejaciones. En el caso de Ángel no fue la excepción.
Cuatro de los once enterrados el sábado son niños. Ángel, Raymundo, Abraham y Diego. Sus asesinos no tuvieron contemplaciones.
“Es un atropello. Fue un dolor muy grande para sus madres ver cómo les dejaron a sus hijos. La gente está deshecha y llena de miedo”, sintetiza un habitante sobre este duelo que no tiene comparación a nada.
Las personas cuentan que nunca habían enterrado a una persona cuya muerte fuera violenta. “En nuestro panteón hay gente que murió por la edad, por enfermedades, nunca ningún asesinado”.
La mayoría de la gente en Chautipan pertenece a la religión pentecostal, Luz del Mundo, y otra parte permaneció en la creencia católica. Los pentecostales y de la Luz del Mundo no ingieren bebidas embriagantes. Nueve de los 11 enterrados este sábado eran feligreses de la creencia pentecostal. No tomaban bebidas embriagantes y dedicaban muchas horas de su vida a la semana a estar en su templo.
“Nos duele y no podemos creer lo que les hicieron, como los mataron, porque estas personas que hoy vamos a enterrar ni siquiera salían a la cancha a tomarse una cerveza. Toda su vida era trabajo”, contaron en el pueblo.
A pesar de la delicadeza de la misión para buscar a las personas desaparecidas y localizarlas vivas, el martes 5 de noviembre, el general y comandante de la 35 Zona Militar, Jorge Pedro Nieto Sánchez, anunció en conferencia de prensa una operación conjunta entre Ejército y Guardia Nacional para dar con su paradero.
La autoridad militar es reacia a compartir información. En esta ocasión convocó a una conferencia de prensa. Algo insólito en las coberturas periodísticas. En las instalaciones militares, Nieto Sánchez indicó que 400 elementos de ambas corporaciones reforzarían la búsqueda de los desaparecidos y entrarían a buscarlos a los municipios de Mochitlán, Quechultenango y Chilapa, los tres con control de Los Ardillos. Aseguró que para la búsqueda se pondría a disposición helicópteros y medios tecnológicos para apoyar a las autoridades locales.
Al día siguiente aparecieron las 11 víctimas. En medio de ese supuesto despliegue de elementos y recursos tecnológicos, abandonaron la camioneta con los cadáveres, ya en estado de descomposición, a dos cuadras de la FGE. Para hacerlo, quien conducía forzosamente pasó por las instalaciones de la Guardia Nacional, ubicadas sobre la carretera federal México-Acapulco y un retén, instalado metros adelante.
La población de Chautipan denunció que esta declaración del comandante de la 35 Zona Militar fue una irresponsabilidad.
“Por eso nos entregaron en estas condiciones a nuestros seres queridos”.
La realidad es que el avanzado estado de descomposición indica que tenían varios días asesinados. A ninguna madre, esposa, hijo o hija, la FGE informó la posible fecha de los asesinatos.
“No nos quisieron decir nada, piensan que como somos de la sierra nos pueden ningunear”, se quejaron.
Denunciaron que nunca vieron ninguna operación para buscarlos. “Dijeron que los buscaron con dos helicópteros, nosotros nunca vimos nada de eso. Les pedimos estar en las búsquedas y nunca nos reportaron cuándo las hicieron”.
Quien condujo la camioneta a la entrada de Chilpancingo pasó frente a la Guardia Nacional, aunque los restos de los cadáveres descompuestos olían a metros.
Con información de Animal Político.