Desde sus primeros pasos en la política, Andrés Manuel López Obrador ha sido un defensor incansable de las causas de la gente. Nacido en Tepetitán, Tabasco, y criado en un entorno modesto, AMLO desarrolló una conciencia social que lo impulsó a involucrarse en la política para cambiar las condiciones de los más vulnerables. Aunque inició su carrera en el PRI, pronto se desencantó con las prácticas corruptas del partido y se unió al PRD en la década de 1980, donde se convirtió en un firme defensor de las comunidades indígenas y campesinas.
En el año 2000, asumió la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal, donde implementó políticas sociales que transformaron la ciudad y establecieron las bases de los programas sociales que hoy benefician a millones de mexicanos. Sin embargo, su visión siempre fue más allá del gobierno de la capital: buscaba un México más justo, equitativo y soberano.
Por mi parte, conocí al presidente López Obrador a los 9 años a través de las palabras generosas de mi papá, un maestro que siempre me instó a cuestionar mi propio privilegio y que viajaba para poder escuchar lo que Andrés Manuel tenía para decirle a los mexicanos: que había una cúpula pequeña, pero sumamente rapaz que se enriquecía a través de la desigualdad social; que crecía a través de la pobreza y el hambre del resto. En ese momento yo no comprendía su lucha y tampoco la de mi papá, y en su momento no supe interpretar la pesadumbre que lo envolvió dos veces; la primera ante el fraude del 2006, y la segunda durante el fraude del 2012. Con el tiempo supe que esa profunda aflicción, que lo invadía como había invadido a millones de mexicanos, se debía a la certeza de que el pueblo de México habría de mantener la cabeza baja durante 6 años más, como despojados por el neoliberalismo. Esa aflicción se debía a que, no sólo le habían robado el triunfo a López Obrador, sino que nos lo habían robado a nosotros.
Sin embargo, cada revés fortaleció a Andrés Manuel López Obrador, y en 2012, decidió dejar el PRD al ver cómo el partido se alejaba de sus principios fundadores. Así, en 2014, fundó Morena, un movimiento que no solo sería un partido político, sino una fuerza de transformación nacional. Bajo su liderazgo, Morena creció rápidamente y se convirtió en el vehículo que lo llevaría a la presidencia en 2018.
Su victoria en 2018 no solo representó un triunfo electoral, sino un triunfo moral para millones de mexicanos que, durante décadas, habían sido olvidados por un sistema que solo beneficiaba a unos cuantos. Desde entonces, AMLO ha luchado incansablemente contra la corrupción y ha trabajado para devolver al pueblo los bienes de la nación.
Los conservadores neoliberales, que durante años se enriquecieron a costa del sufrimiento del pueblo, intentaron sembrar el odio contra él. Pero no tuvieron éxito. Andrés Manuel, con su honestidad y su profunda conexión con la gente, ha ganado el cariño y la admiración de millones de mexicanos.
Con su mandato llegando a su fin, es inevitable sentir tristeza. No estamos despidiendo solo a un presidente; estamos despidiendo a un hombre que encarnó los sueños y aspiraciones de un pueblo que durante mucho tiempo estuvo silenciado.
Desde aquel 1 de diciembre de 2018, México ha sido testigo de una transformación sin precedentes. Durante seis años, hemos visto a un hombre entregarse por completo, sin descanso, sin vacaciones, dedicado a una sola misión: dejar a México mejor de lo que lo encontró.
Día tras día, lo hemos visto trabajar con una determinación envidiable, dispuesto a enfrentar a los intereses más poderosos para cumplir su promesa al pueblo. No fueron discursos vacíos; fueron acciones concretas que cambiaron la vida de millones de mexicanos. El presidente que, con profunda humildad, caminó de la mano de su pueblo, reconstruyó un México desgastado y repleto de hartazgo social, y devolvió la esperanza a quienes habían sido olvidados por años.
Con su estilo franco y genuino, se ha posicionado como uno de los mejores comunicadores políticos del mundo, superando barreras tanto en forma como en contenido, y atrayendo a millones con la fuerza de la verdad.
Hoy, al prepararnos para el final de su mandato, sentimos una mezcla de orgullo y pesar. Su sonrisa, reflejo de una convicción inquebrantable, nos inspiró valentía, entusiasmo y esperanza. Porque lucha fue nuestra lucha; su victoria, nuestra victoria. Hoy, personalmente, le agradezco por lo que hizo por mi familia. Le agradezco por permitirme a mí terminar una carrera a través de la pensión que le otorgó a mi papá, adulto mayor, mientras se encontraba en cuidados paliativos. Le agradezco por ver nuestras necesidades sin conocernos, por arropar a mi madre, una cuidadora crónica sin remuneración económica. Y sobre todo le agradezco por enseñarme que las luchas, incluso las perdidas, deben de librarse; porque las luchas, las causas, los sueños y los ideales nos hacen lo que somos, y sólo esto no se vende ni se negocian. Le agradezco al hombre que me enseñó que la cólera y la testarudez también pueden transformar, que está bien tener la sangre roja y el corazón a la izquierda y que por encima de la gente nada ni nadie. Y le agradezco por darme la visión del México que, aunque no pueda ver mi papá, podré ver yo y podrán ver mis hijos.
El México que hoy nos deja es un México fuerte, libre, soberano, democrático y profundamente humanista. Es el México por el que tantos soñamos y por el que él jamás dejó de pelear. Es un México que se alza con dignidad, que ha recuperado su voz y que ya no se arrodilla ante los poderosos. Es un México que demuestra que ya no hay un paso atrás para lo recorrido y lo avanzado.
Hoy, México lo llora, pero también lo celebra. Celebra al hombre que lo cambió todo, que nos devolvió la esperanza, y que nos hizo creer que un mejor futuro siempre es posible. Su nombre quedará escrito en la historia, pero sobre todo, en el corazón de aquellos a los que nos ha abrazado y nos ha protegido.
La Cuarta Transformación ya es una realidad, y seguiremos mirando hacia adelante. Su legado está resguardado por todas y todos, porque cuando hay una revolución de las conciencias, no hay nada que detenga al movimiento.
¡Misión cumplida, Presidente!
¡Larga vida al gigante de Macuspana! ¡Larga vida a Andrés Manuel López Obrador!