Desde hace un lustro el tema de la minería oceánica, que es el aprovechamiento de minerales ubicados más allá de los 200 metros de profundidad, ha venido ganando terreno en México, sin embargo, no contamos con una legislación clara y no ha existido margen para plantearlo, pues confluyen demasiados intereses ambientales y económicos.
No han sido pocas las alertas de organismos sobre el papel mexicano a asumir, frente de esta práctica y reiterado que México debe asumir un papel de liderazgo para prohibir la minería oceánica en aguas internacionales y formar un frente común junto con los países de América Latina y el Caribe para exigir que se prohíban definitivamente este tipo de prácticas destructivas que pueden causar daños permanentes.
En los fondos de los mares se encuentran recursos de interés económico como cobalto, manganeso, níquel, cobre, grafito, litio y tierras raras (como el neomidio, el holmio y el disprosio)
Estos elementos se han incorporado en las nuevas tecnologías para la fabricación de turbinas eólicas, paneles solares, que son parte del paquete de “energías limpias”.
Además, son minerales que tienen usos para la fabricación de baterías y dispositivos electrónicos.
En el mundo este interés ha crecido por la demanda del sector de las energías renovables.
Pero existen implicaciones, que han sido denunciadas por organizaciones internacionales como Greenpeace México y Change.org, que han advertido sobre los riesgos de intervención humana, que propiciarían que los ecosistemas marinos no se recuperen en décadas, sino en siglos o milenios.
Aunque la minería oceánica podría estimular la economía, es preciso enfatizar los impactos sociales que implica, sobre todo para las comunidades locales más necesitadas, las cuales dependen de los recursos naturales para su subsistencia.
En ese ámbito, la minería oceánica ha sido asociada con dilemas como la intromisión extranjera, la disrupción cultural, la distribución desigual de riquezas, la pérdida de acceso a zonas naturales de caza y alteraciones en la distribución y migración de especies, lo cual generaría variaciones en la cantidad y calidad de la pesca.
Los fondos oceánicos son las áreas habitables más grandes de nuestro planeta. Allí existen ecosistemas de espléndida belleza de los cuales no conocemos prácticamente nada y que podrían sufrir daños irreversibles por proyectos de minería oceánica, según han advertido científicos y conservacionistas a nivel global.
Los océanos sanos desempeñan una función integral en la regulación global del clima, y son esenciales para garantizar la seguridad alimentaria y los medios de vida de millones de personas en todo el mundo.
Es por ello que, por el bien de un futuro sustentable y del legado natural de las próximas generaciones, esa autoridad debe garantizar la protección adecuada de los océanos y, en caso de finalmente permitirse la minería oceánica en alta mar, prestar mucha atención a las medidas de prevención y mitigación utilizando un enfoque precautorio y adaptativo, en colaboración con otros organismos internacionales.
Greenpeace México ha alertado que desde noviembre de 2022, el paisaje de las playas de Manzanillo, Colima, en México, está manchado por una máquina negra y roja de proporciones gigantescas. Se trata tal vez del buque minero más grande del mundo. Su presencia en nuestro país es, hoy, un tema sobre el que discuten los gobiernos de todos los países.
Su nombre, Hidden gem o Gema oculta (en español), alude a algo precioso; su funcionamiento, por el contrario, revela las terribles intenciones de The Metals Company, una corporación transnacional que busca destruir el océano bajo razones económicas. De entrar en acción, este barco pondría en riesgo el refugio del pulpo fantasma para reproducirse, la vida marina en general y la salud de todo el planeta.
Por: Doctor Omar Bazán flores rector del instituto de estudios superiores de Chihuahua