El presidente López Obrador no sólo ha destruido instituciones y despilfarrado carretadas ingentes de dinero en proyectos absurdos marcados por el signo de su mesianismo ramplón y corsario; en el proceso, el presidente destruyó más cosas, algunas de ellas valiosísimas aunque intangibles.

Con su discurso de odio y confrontación, AMLO mató la esperanza de un mejor futuro para México. El baño de sangre cotidiano (en promedio, hay un ejecutado cada 15 minutos[1] y el sexenio va a cerrar con casi 200 mil asesinados[2]), las empresas que cierran,[3] el peso que se devalúa,[4] son hechos innegables que marcan el final del sexenio y, sin embargo, millones de mexicanos (los más pobres, los más idiotas), siguen aplaudiendo, babeantes, las mentiras que el primer mandatario les cuenta —como esa de que la salud pública en México es mejor que la de Dinamarca,[5] pero sobre eso ya escribí—.[6] El único “logro” del presidente fue politizar y mover masas de incautos y débiles mentales y lanzarlos en contra de quienes sí estudian, sí trabajan, sí producen, sí piensan y sí aman a México.

Con ese mismo discurso execrable, AMLO mató a la política y a la clase política. La política es, definida por Bismarck, “el arte de lo posible”; en seis años, el presidente jamás se reunió con la oposición por asumirlos como adversarios, sin entender que la investidura no le permitía convertirse en el líder de una facción porque lo era de la nación entera en su carácter de jefe de Estado y no solamente jefe de gobierno. En seis años, destruyó el andamiaje político (de pesos y contrapesos, de acuerdos y de consensos) que con grandes dificultades los mexicanos veníamos construyendo en los últimos veinticinco años. A la clase política en el gobierno la aniquiló, porque hizo de algunos individuos, con un atisbo de inteligencia o un mínimo de experiencia (como Javier Corral, Esteban Moctezuma o Ricardo Monreal, simples mascotas. Esa “nueva” clase política no entiende ni atiende a razones, sólo sigue y acata órdenes.

Por eso, es necesario que la oposición entienda de una buena vez que los tiempos, los modos y la manera de entender la política han cambiado sustancialmente. No se puede debatir ni dialogar con animales.

La política de hoy en día debe ser la de la movilización masiva (no esporádica ni sectorial); es decir, la del paro, la de la huelga nacional; la de dejar de pagar los impuestos y los recibos de luz; la de paralizar carreteras, tomar puentes internacionales y pozos petroleros, exactamente la forma que forzó al PRI a reconsiderar su postura a mediados de los ochentas en el norte de México, cuando debió enfrentar al PAN; y en los noventas, en el sur, sureste del país, frente al PRD.

Ésa es la única forma de hacer política que AMLO y la gentuza que lo rodea entienden. ¡Ésa fue su estrategia política! De hecho nos lo acaba de recordar: “Traen a Zedillo para decir que México ya es una dictadura, y es de risa, es de risa. Hacen el ridículo, pero no pasan de ahí”;[7] y agregó: “No llama a que se lleve a cabo una huelga de pago de impuestos, por ejemplo, si le hicieran caso a lo mejor podría causar algún problema, una disminución en la recaudación y eso nos afectaría, pero no, no, actúa en ese sentido de manera responsable”.[8]

Él fue precisamente ese irresponsable que logró sus éxitos electorales merced al empleo de esos medios: marchas, paros, protestas, enfrentamientos y confrontación. Ése es el camino de esta hora, no hay otro.

Si los buenos no lo entienden… estamos perdidos.

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Luis Villegas Montes

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