Este 1 de octubre tomará posesión la presidenta electa Claudia Sheinbaum, y es inevitable preguntarnos si estamos a las puertas de un cambio profundo o si simplemente enfrentaremos más de lo mismo. En estas líneas pretendo generar una reflexión sobre el verdadero alcance del cambio que está por venir, pues aunque es significativo que por primera vez una mujer ocupará la Presidencia de la República, lo simbólico no garantiza un giro sustancial en la dirección del país.
México queda con múltiples asignaturas pendientes tras el mandato del presidente López Obrador. Entre ellas, la culminación del proyecto del Tren Maya, que ha sido motivo de innumerables denuncias por el desastre ambiental que ha ocasionado. La refinería de Dos Bocas, otro de los proyectos emblemáticos, ha sido igualmente criticada por su viabilidad económica y su impacto ambiental. No obstante, más allá de estas megaobras, el país enfrenta compromisos mucho más trascendentales, que podrían cambiar la vida pública de México de forma irreversible.
Uno de esos compromisos es la implementación de la reforma judicial, un tema que ha generado tantas expectativas como incertidumbre. Las modificaciones a la estructura de impartición de justicia podrían tener repercusiones considerables, pero hasta el momento, todo parece indicar que el verdadero impacto de esta reforma sigue siendo una incógnita.¿Se convertirá en otro experimento fallido de la política mexicana?
De ser así este podría ser una de las banderas de la oposición, recordemos aquella supuesta frase iconica de Napoleón Bonaparte, que decía:
“Cuando tu enemigo esté ejecutando un movimiento en falso, nunca lo interrumpas”
Es de considerar que la oposición en este sentido tendrá en esta reforma judicial, mucha tela de donde tejer en una narrativa que ahora si puede ser ejecutada de manera eficaz y hacer llegar ese mensaje sobre la defensa de las instituciones.
La incertidumbre persiste, y el país sigue cargando con los mismos problemas: la corrupción, la inseguridad, y un sistema político que parece estar diseñado más para la perpetuación del poder que para el beneficio del pueblo.
Como mexicano, anhelo el éxito del próximo gobierno, pues de ello depende el bienestar de todos. Sin embargo, si se persiste por parte del nuevo mandato en la misma forma de hacer política y enfrentar los problemas que arrastramos como nación, el cambio que necesitamos seguirá siendo una promesa vacía, y nuestro futuro, un reflejo del pasado que no hemos superado, con el actual gobierno, porque no nos engañemos: ni la corrupción se ha acabado, ni la pobreza se ha ido, y mucho menos estamos más seguros.