El estado grande nos hace sentir orgullo, por sus grandes desiertos, sus maravillosos bosques, sus tremendos ríos, y la bravura de su gente... o al menos esa es la imagen que se busca proyectar hacia afuera, pero ¿Es verdad que estos elementos son motivo de amor por parte de la gente que habita la entidad federativa más grande de México?
Los bosques en la Sierra Madre, también conocida como Sierra Tarahumara, sufren actualmente la mayor amenaza de toda su existencia: la actividad humana, ilegal y regulada, en la extracción de recursos naturales como la madera o el suelo mismo para el cultivo de estupefacientes, las pelea por rutas y plazas por parte del crimen organizado, y la insensibilidad de los gobiernos para hacer algo al respecto. El bosque muere y el agua no llega.
En los grandes desiertos, como en Samalayuca, una de las poquísimas áreas naturales protegidas, existen tesoros, como una montaña con más de 1000 petrograbados rupestres de cientos hasta miles de años de antiguedad, pero eso no le importa a la avaricia que gobierna, ya que una mina de cobre está a la espera de la concesión para dinamitar toda la sierra y dejar sin agua a los agricultoras y familias de este importante poblado para la identidad, el turismo, la captación de agua y el medio ambiente.
El río Conchos, padre de toda la alimentación y la exportación de nuez y algodón, como su afluentes, el río San Pedro, el río Chuviscar, y otros, atraviesa una profunda crisis de contaminación industrial, agroindustrial y urbana que amenaza a especies únicas de flora y de fauna en la zona, como lo son los peces "cachorritos" que viven en el agua termal de Julimes y San Diego de Alcalá. En la Presa La Boquilla la gente se ha organizado porque la extracción no se detiene y esto afecta a las familias, el turismo y el medio ambiente, aunque las autoridades no escuchan.
En la capital, los Cerros que forman parte del escudo de Chihuahua, como el Cerro Grande Arewakawi o el Coronel Guaguachic, están siendo destruidos, como en el caso de las 3 presas que abastecen la ciudad o el cerro Mesa de los Caballos, recientemente impactado por fraccionamientos destinados para la clase alta sin ningún respeto por el paisaje, los cauces de agua, la flora y la fauna.
¿Entonces qué estamos haciendo como chihuahuenses? ¿Nos cruzamos de brazos mientras la tierra que decimos amar es destruida para venderla por partes al mejor postor? ¿O acaso nos estamos preparando para hacerle frente al cambio climático y los desafíos que imponen desde ya, el colapso de la biodiversidad, la escasez de agua provocado por extracción excesiva, la contaminación y muchos otros retos a nivel ambiental que sufrirán sobre todo las futuras generaciones?