I
México, creo en ti como en el vértice de un juramento. Tú hueles a tragedia, tierra mía, y sin embargo ríes demasiado, acaso porque sabes que la risa es la envoltura de un dolor callado.
II
México, creo en ti, sin que te represente en una forma porque te llevo dentro, sin que sepa lo que tú eres en mí; pero presiento que mucho te pareces a mi alma, que sé que existe, pero no la veo.
III
México, creo en ti, en el vuelo sutil de tus canciones que nacen porque sí, en la plegaria que yo aprendí para llamarte Patria: algo que es mío en mí como tu sombra, que se tiende con vida sobre el mapa.
IV
México, creo en ti, en forma tal que tienes de mi amada la promesa y el beso que son míos, sin que sepa por qué se me entregaron: no sé si por ser bueno o por ser malo, o porque del perdón nazca el milagro.
V
México, creo en ti sin preocuparme el oro de tu entraña: es bastante la vida de tu barro que refresca lo claro de las aguas, en el jarro que llora por los poros la opresión de la carne de tu raza.
VI
México, creo en ti, porque creyendo te me vuelves ansia y castidad y celo y esperanza. Si yo conozco el cielo, es por tu cielo, si conozco el dolor, es por tus lágrimas que están en mí aprendiendo a ser lloradas.
VII
México, creo en ti, en tus cosechas de milagrerías que sólo son deseo en las palabras. Te consagras de auroras que te cantan ¡y todo el bosque se te vuelve carne!, ¡y todo el hombre se te vuelve selva!
VIII
México, creo en ti, porque nací de ti, como la flama es compendio del fuego y de la brasa; porque me puse a meditar que existes en el sueño y materia que me forman y en el delirio de escalar montañas.
IX
México, creo en ti, porque escribes tu nombre con la equis, que algo tiene de cruz y de calvario; porque el águila brava de tu escudo se divierte jugando a los volados con la vida y, a veces, con la muerte.
X
México, creo en ti, como creo en los clavos que te sangran, en las espinas que hay en tu corona, y en el mar que te aprieta la cintura para que tomes en la forma humana hechura de sirena en las espumas.
XI
México, creo en ti, porque si no creyera que eres mío el propio corazón me lo gritara, y te arrebataría con mis brazos a todo intento de volverte ajeno ¡sintiendo que a mí mismo me salvaba!
XII
México, creo en ti, porque eres el alto de mi marcha y el punto de partida de mi impulso. ¡Mi credo, Patria, tiene que ser tuyo, como la voz que salva y como el ancla...!
Ciudad de México, 1940.
Ricardo López Méndez (El Vate querido)