Tras una participación histórica del pueblo venezolano en la elección de ayer, en la que el candidato opositor, Edmundo González, se consolidó como el favorito con una mayoría aplastante de votos y un respaldo ciudadano enorme, Venezuela y el mundo entero se despiertan hoy indignados y heridos, con un sentimiento que solo aquellos que han vivido esta oscura época en la historia democrática pueden comprender.
A pesar de esto, Nicolás Maduro fue proclamado presidente por el órgano electoral esta mañana, sin que siquiera se hayan terminado de contar los votos ni se haya informado del número exacto de sufragios que supuestamente obtuvo. En un intento por deslegitimar la oposición, Maduro se ha victimizado en los medios, alegando un golpe de estado en su contra, una narrativa recurrente que no respeta la voluntad popular.
Nunca he coincidido con la idea de que México, en su contexto político actual, se parezca a la situación de Venezuela. Me parece particularmente ofensivo para el pueblo venezolano, cuya situación ha sido sumamente difícil y, al menos en los últimos 11 años, no ha tenido la posibilidad de encontrar una opción diferente al régimen.
Lo que sí sostengo, como ya lo he hecho en este medio anteriormente, es que ningún dictador autoritario se siente cómodo con la etiqueta de dictador. Siempre se visten con algún otro disfraz. Participan en procesos electorales donde dicen respetar la voluntad del pueblo, pero antes se aseguran de dinamitar o controlar completamente los organismos electorales y cualquier otra entidad que les resulte incómoda.
Controlan los medios de comunicación, se posicionan temprano en todos los medios posibles con su versión oficial, intervienen en los procesos electorales para beneficiar a sus adeptos, socavan los demás poderes, legislativo y judicial, hasta que prácticamente se vuelven omnipotentes. Aplastan al periodismo incómodo, persiguen a sus adversarios como si fueran enemigos y se valen de cualquier medio a su disposición para dividir a la sociedad. Todo esto lo hacen para mantenerse en el poder.
En Venezuela, Nicaragua y Cuba, los actuales dictadores llegaron al poder con un disfraz democrático. Si no le preocupa que en México haya habido una campaña permanente en los últimos cinco años para atacar y perseguir a los opositores, que estemos al borde de ser dominados en el Congreso por una sobrerrepresentación legislativa, que el Poder Judicial esté frente a una reforma que pretende que los jueces sean elegidos por voto popular, que haya un debilitamiento grave de todos los organismos electorales y una lista extensa de ataques directos contra las condiciones democráticas que México había comenzado a vislumbrar, puedo decir claramente que estamos en un peligro latente de seguir el mismo camino.
Si en las elecciones pasadas, donde hubo toda clase de intervenciones para favorecer a Claudia Sheinbaum, la oposición no logró consolidarse como una opción atractiva y competitiva, ahora es crucial defender lo que permite precisamente que haya democracia: los demás poderes y todo lo que todavía nos queda. La historia no se equivoca y las señales son claras. Estamos a tiempo.
Lic. Mario Sías Aguilera