Joe Biden quiso remontar su ligera pero osificada desventaja en las encuestas, Y lo hizo buscando mandar un claro mensaje: no es un hombre demasiado viejo para gobernar y, mucho menos, un individuo con capacidades cognitivas deterioradas. Fue para desterrar esta idea, de una buena vez y por todas, que el presidente estadunidense retó a Trump a participar en un debate.
Cuando la semana pasada planteé en este mismo espacio que el resultado de este encuentro sería determinante, a mi entender había dos posibles escenarios principales. En el mejor, Biden se mostraba relativamente energético y ágil, tal como lo hizo en su discurso en el Congreso hace algunos meses. En el peor, su desempeño apagado y con algunos gafes terminaría alimentando los memes y los tiktoks de sus rivales.
Cuando argumenté que el riesgo tomado por Biden y su equipo era calculado, asumí su convencimiento implícito de que, con mucha preparación, podrían lograr el desempeño casi perfecto que necesitaban para materializar el primer escenario.
Pero lo que ocurrió en Atlanta supera, con creces, el peor de estos escenarios. El actual presidente de Estados Unidos se mostró desconcertado, incapaz de terminar sus propias frases y de responder a Trump como era necesario. Este desastre fue exacerbado por el lenguaje corporal de Biden, cuyas expresiones, movimientos y miradas parecían sacados de uno de los nefastos videos editados que circulan en redes sociales aludiendo a su senilidad para humillarlo.
La debacle fue de tal magnitud que distintas voces y medios afines a ese presidente han hecho un llamado enérgico a que retire su candidatura y ceda su lugar en la contienda. Estos llamamientos vienen en forma de editoriales y notas en medios “liberales” como The New York Times, The Washington Post o The Economist. Y, sobre todo, incluyen artículos de opinión de intelectuales progresistas como Maureen Dowd, Ezra Klein o Paul Krugman.
También existen reportes de fuentes confiables que indican que, tras bambalinas, distintos liderazgos y donantes del Partido Demócrata pujan por reemplazar a Biden, o cuando menos han discutidos posibles formas de reemplazarlo. Si este fenómeno no ha ocurrido públicamente es, en parte importante, porque no es seguro que logren su objetivo. Y en caso de fracasar, estarían mandando el mensaje de que no confían en su candidato.
En este contexto, la pregunta obligada es ¿debería ceder su lugar Joe Biden?
Para responder a esta pregunta, empecemos recordando que el actual presidente obtuvo la nominación de su partido en 2016 amparado en el argumento de que sólo él podría lograr la coalición necesaria para derrotar a Trump. Nunca sabremos si Bernie Sanders, su principal rival, hubiese igualado esa proeza. Lo que sí conocemos a ciencia cierta es que Biden hizo buena su promesa.
Cuatro años después, la situación es inversa. De acuerdo con las encuestas, prácticamente cualquier demócrata postulado contaría con más chances de vencer a Donald Trump que las que tendría Joe Biden. Y es que, en buena medida como consecuencia de su edad, la popularidad de este presidente es baja y ha perdido a parte de las minorías tradicionalmente demócratas y de los independientes que le respaldaron hace cuatro años.
Biden tuvo tiempo de sobra para asimilar este estado de cosas y pudo haber declinado a competir nuevamente. Su terquedad de hacerlo fue un error destacable. Pero el resultado del debate de la semana pasada le ha abierto una nueva oportunidad para hacerlo y dejar su lugar a una persona con mejores posibilidades. Y a mi juicio esto sería lo más recomendable.
Aunque las elecciones primarias ya han terminado, con Biden fuera del camino sería posible que los delegados que lo ungirían en la convención del Partido Demócrata a celebrarse en agosto eligieran a su reemplazo.
No es convincente argumento de que es preferible que no haya una renuncia a estas alturas porque ésta podría traer caos al interior de ese partido. Para empezar, presupone que no es posible una negociación civilizada entre los liderazgos del Partido Demócrata. Además, es claro que los conflictos pueden ser dirimidos y el proceso llevado a buen término bajo el liderazgo de Joe Biden.
Sin embargo, el punto más débil de ese argumento es que implica que, o bien Joe Biden puede reponerse para derrotar a Trump, o que, incluso si no puede, es preferible una derrota digna que un conflicto entre los Demócratas. Pero, por los motivos señalados arriba, de mantenerse todo constante, una victoria de Biden es a todas luces improbable. Y sostener que detener a Donald Trump no amerita tomar riesgos extraordinarios es negar una verdad que los Demócratas han venido afirmando.
Tampoco se puede alegar que el Partido Demócrata no cuenta con personas competitivas para reemplazar a Biden. Por ejemplo, dos excelentes perfiles pueden ser encontrados en Gretchen Whitmer o en JB Pritzker. Whitmer es la exitosa gobernadora liberal de Michigan, y cuenta con una alta aprobación de ese estado, una de las entidades clave en las elecciones de este año. Pritzker es gobernador de Illinois y, además de ser el más combativo y progresista de la baraja Demócrata, es también el político más millonario de Estados Unidos y no dudaría en usar su fortuna para su campaña.
Alguien podría objetar que la persona más natural para reemplazar al candidato presidencial Demócrata es la vicepresidenta Kamala Harris, y que su aprobación es similar a la de Biden. Sin embargo, a ello se puede responder de dos maneras. La primera es que el propio Biden podría intervenir para que este escenario no se materialice. La segunda es que, pese a su baja aprobación, Harris tiene el potencial para atraer a las minorías e indecisos que han abandonado a Biden.
Un último argumento para no reemplazar a Biden tiene que ver con que faltan varios meses para las elecciones y que Trump podría implosionar en ese intervalo. Desde luego, esto no es imposible. Sin embargo, por los motivos explicados arriba, esto es cada vez más improbable.
Es momento de hacer un corte de caja. Hemos visto que hay motivos de sobra para afirmar que Joe Biden debería ceder su lugar a una persona con mejores posibilidades de derrotar a Donald Trump este año. Pero ello no se debe exclusiva o principalmente a su desempeño en el debate.
Lo cierto es que lo ocurrido el jueves último en Atlanta abre la puerta a dos oportunidades. Para Joe Biden, lograr que sean sus éxitos, y no su terquedad, los principales motivos por los que será recordado. Y para los Demócratas, la posibilidad de presionar el botón de reset a esta partida, en lugar de elegir el de game over.
*Profesor Asociado de Filosofía en la Universidad de Nottingham, Reino Unido
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Con información de proceso.com.mx