Imagina que internamente sientes que una relación no es adecuada para ti; algo dentro de ti te lo advierte. Sin embargo, a pesar de ser consciente de ello y de verlo reflejado en tu vida, decides ignorarlo. Esto conduce a situaciones de malestar, hasta que finalmente la situación se agrava tanto que no puedes evitar enfrentarte a la realidad. A veces, el mensaje debe ser muy claro o el dolor extremadamente agudo para que prestemos atención. ¿Has experimentado algo así?
Ignorar esos susurros internos, que son el origen de todo, te lleva a crear situaciones disfuncionales. Lo crucial aquí es reconocer que muchos de los escenarios en los que te encuentras y cómo los experimentas, comienzan contigo. Aprende a interpretar la vida de manera diferente y entiende que todo es una oportunidad de aprendizaje. La vida es lo que logramos percibir.
Por lo tanto, si cambiar tu percepción modifica una situación, una forma de lograrlo es replanteándote las preguntas que haces. Tal vez te preguntas: ¿qué está mal conmigo, con la situación o con la otra persona?, ¿por qué son así?, ¿por qué soy así yo?
Intenta cambiar esas preguntas por: ¿qué es correcto en esto?, ¿qué debería dejar ir o comprender?, ¿cómo puedo ajustar mi percepción para aceptar lo que estoy viviendo?
Esta transformación en tus cuestionamientos puede alterar radicalmente tu vida. Asumes responsabilidad y entonces la vida se despliega de nuevas maneras, dejas de sentirte atacado y se abren nuevas oportunidades.
La incapacidad para adaptarnos a lo que enfrentamos y vivir en armonía con "lo que es" erosiona nuestra capacidad de ser flexibles, y por ende, nuestra felicidad. Muchos de nosotros invertimos energía en intentar tener la razón o en probar creencias infundadas.
El verdadero desafío es que diariamente, con nuestra reactividad emocional (inseguridad, miedo, ansiedad, duda, culpa, tristeza), renunciamos a ver con claridad y respondemos con inmadurez emocional, dejando de lado la inteligencia y la sabiduría.
Estamos condicionados a reaccionar a los estímulos externos. Por ejemplo, en el pasado cuando sentías ansiedad, tal vez comías en exceso o te medicabas de alguna manera. Si te sentías enojado, quizás explotabas o te quejabas. Si te sentías culpable, te tratabas mal y te aislaba.
La clave es tomarte un momento para observar tus emociones y pensamientos. Al principio puede parecer extraño y repetitivo, pero es así como se aprenden las lecciones fundamentales de la conciencia. Al observar con calma y en silencio, te reconoces a ti mismo, descubres tus capacidades y tus fortalezas.
Cuando aprendes a convivir con tus emociones, dejan de abrumarte. Al aceptar y ceder (que no es lo mismo que resignarse), comprendes que el dolor es simplemente eso, dolor. Si es incómodo, es porque debe serlo. Pero al no alimentarlo, el dolor se convierte en sabiduría.
En mi opinión, madurar es el resultado de comprender y valorar las emociones. Ser sabio significa que tu capacidad de compasión hacia ti mismo y hacia los demás crece.
Érika Rosas