El mundo está cambiando a pasos agigantados y la dirección que está tomando no es halagüeña para la humanidad. Las razones, usted lo sabe, paradójicamente, incongruentemente, se agolpan en la voraz huella industrial y nada armónica de nuestra especie.
Ya no hay manera de negar el calentamiento global. Se percibe todos los días, en todas partes, a todas horas. Aunque hay algunos sitios en el mundo donde los efectos en el preciso momento en que usted lee este texto, están siendo devastadores, voraces, funestos, mientras que en la cercanía, alrededor de nosotros, esas consecuencias también están del todo presentes, y empiezan a corroer nuestra vida diaria, se insertan como una sutil daga que amenaza, silenciosa, con un día finalmente depositarse en el corazón de nuestra existencia.
La escasez del agua ya no es una latencia, está sucediendo en todos los estratos, las regiones, los centros urbanos y las poblaciones más aisladas. Pero siempre serán los sectores más marginados quienes padezcan aún más las mermas de recursos tan vitales como éste.
El deshielo de los glaciares, los incendios forestales que, no suficiente con devastar los bosques de todo el mundo, agravan la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera; la acumulación de plástico en el mar y el impacto de nuestra especie en la actividad geológica, son solamente algunos de los ejemplos de efectos que están generando un efecto dominó en el mundo, acelerando cada día la espada de Damocles sobre la sien de la humanidad.
Y los efectos colaterales del detrimento en el equilibrio de nuestro planeta son múltiples: desplazamientos forzados, agravamiento de todos los tipos de violencia, afectaciones a la salud mental, denuesto de la dignidad humana y pérdida de la identidad cultural, por mencionar un puñado.
Testigos de esta degradación de nuestro medio ambiente los hay en todo el mundo, como también hay defensores de su entorno, mujeres y hombres que ponen el cuerpo y el verbo, y el tiempo y la vida misma para defender aquello que nos mantiene vivos, frente al enemigo invisible que, como una nube sin barreras físicas, corroe cada rincón de nuestra geografía.
La fotógrafa, artista y documentalista franco-estadounidense Anne de Carbuccia retrata esto en el documental “Earth Protectors”, un recorrido fílmico por varios rincones del mundo para dar constancia de esta preocupante situación y mostrar de primera mano el rostro de aquellas personas que anteponen la vida para defender lo que consideran impostergable.
Desde el Himalaya y los bosques siberianos hasta la amazonia peruana y el caribe mexicano. Desde el norte de África hasta los rincones de Italia, Chile y Japón, Anne de Carbuccia presenta la gran fotografía de un fenómeno que requiere de la atención de todos.
Este documental se encuentra disponible en la plataforma Amazon Prime y en Apple TV, pero durante abril permanecerá disponible de manera gratuita a través de YouTube, esto en ocasión del Día Internacional de la Madre Tierra, a celebrarse el 22 de abril, y con el afán de apelar a la mayor cantidad de personas posible.
El Economista conversa con la directora y con la activista Liliana Rodríguez, uno de los rostros que aparecen en el documental y delegada del Instituto Nacional del Océano ante las Naciones Unidas.
“Los protagonistas del documental nos permiten ver todas las facetas de la degradación ambiental que padece el mundo y la manera en la que nos afecta. La prioridad del filme para mí fue mostrar que incluso historias tan distintas como hay lugares tan diferentes, están conectadas, porque siempre se trata de la misma historia. Y esto, por más sencillo que parezca, es necesario que lo entendamos, porque, para poder encontrar soluciones tenemos que recuperar el sentido de unidad, que como humanidad podamos acordar soluciones conjuntas”, responde Anne de Carbuccia.
La directora y fotógrafa comenta que fue solamente viajando a distintos sitios, tan particulares, ricos y distantes uno del otro, que pudo dimensionar la atrocidad y velocidad de la degradación ambiental que sucede ahora mismo allá afuera. Por esta razón, decidió hacer de este filme una especie de lente, para que todo aquél que pueda verlo perciba de primera mano las luchas que se libran a diario para defender no solamente el entorno familiar, sino advertir que, junto con esta devastación, la extinción de sus culturas es factible.
Por su parte, Liliana Rodríguez, comenta: “cuando hablamos de este problema, siempre fue importante y necesario que escucháramos la voz de las comunidades que Anne visitaba. Cuando decidimos invitarla a México, inmediatamente pensé en el impacto que hay en la zona costera del país, con toda la presión del gran desarrollo turístico, y lo que están haciendo las comunidades locales no sólo para mitigar el impacto climático sino para adaptarse a él. Finalmente, estas comunidades, todas las personas defensoras que aparecen en el documental, están en la primera línea de defensa”.
Ante un escenario de esta magnitud, podría pensarse que hay muy poco por hacer para volver sobre nuestros pasos. Pero, precisa De Carbuccia, ése es el poder de este documental: “mostrar que sí, cientos de especialistas coinciden en que nos encontramos en el Antropoceno, pero, ¿por qué el Antropoceno debería ser negativo? Y si queremos transformar la manera de asimilarlo como una concepción general, debemos empezar desde lo individual, porque es así como estamos influyendo sobre el planeta, desde las acciones diarias en lo individual. No hay que cansarse de repetir que, si empiezas por ti mismo, puedes hacer la diferencia”.
Después de todo, vale la pena preguntarnos: si, como humanidad, tenemos un legado patrimonial y arqueológico portentoso, ¿verdaderamente queremos que nuestro legado arqueológico hacia el futuro sea nuestra basura?
Con información de El Economista.