Mientras que Ciudad Juárez continúa siendo el feminicida en serie, y en tanto que el Estado de Chihuahua adolece de una política de seguridad inoperante y que agresores prevalecen en el uso del poder político, la gobernadora Maru Campos despilfarra cerca de 40 millones en 608 vallas de seguridad “para la protección de edificios pertenecientes al Gobierno del Estado de Chihuahua”, de acuerdo con lo mencionado en la licitación de compra de 2023. Vallas de seguridad de acero especializado que cumplieron intencionadamente el propósito de visibilización el pasado 8 de marzo, pues, como un enorme pizarrón de vergüenza e ignominia impronunciables, fueron escritos ahí los nombres de feminicidas, acosadores, violadores y abusadores de mujeres y niñas, hacia quienes la justicia es aún ciega y negligente. Es decir, al final, dichas vallas, emblema de la indolencia del gobierno, fallaron en su objetivo simbólico: el de resguardar políticos omisos y temerosos y eximirlos de la responsabilidad que éstos se niegan a asumir.
¿Por qué les asustan tanto las que luchan, y no las que matan? Una inversión de 40 millones en vallas resulta escandalosa, porque es tres veces el Fondo de Ayuda, Asistencia y Reparación a Víctimas del Estado, es tres veces el Fondo de Atención a Niñas y Niños Hijos de las Víctimas de la Lucha Contra el Crimen y es tres veces lo destinado a la Subsecretaría de Participación Ciudadana y Prevención del Delito de la Secretaría de Seguridad Pública. Es, asimismo, la mitad de lo que se invertirá en el Parque Central de Juárez o parecido a lo destinado, en lo individual, a las Universidades Tecnológicas.
Durante la marcha de este 8 de marzo, más de 40 mil mujeres abarrotamos las calles y levantamos el puño en protesta por el sistema impune de repartición de justicia que padecemos, y que entraña simultáneamente múltiples formas de violencia. Gritamos, cantamos, lloramos y nos abrazamos, pues podría ser alguna de nosotras la que faltara un día; podría ser nuestro cuerpo descartado e inerte, con signos visibles de tortura física y sexual, el que nuestra madre debiera reconocer; podríamos volvernos una pila irreconocible de huesos en un campo algodonero, que funcionarios apáticos sólo contemplarán desde el desdén y la indiferencia; podríamos ser otra víctima de feminicidio más, y reducirnos al penoso legado de gobiernos y políticos infructuosos que han organizado a la delincuencia y la han armado hasta los dientes por un beneficio económico. Pero las mujeres estamos aquí por la reivindicación de nuestros derechos, somos autónomas, nos pertenecemos a nosotras mismas y reiteramos que no le debemos nada al Estado, que nuestros niños y niñas no se tocan, no se violan y no se matan.
No es vandalismo, sino iconoclasia. Pareciera que, desde nuestra infancia, se nos inculca una devoción y un respeto casi religiosos e intangibles a las figuras y símbolos, al grado que olvidamos que estructuras, monumentos y estatuas, todos han sido erigidos por ciertos grupos humanos con fines ideológicos y conmemorativos y que, por tanto, según la propia UNESCO, están sujetos a procesos históricos que modifican la perspectiva a través del cual los asimilamos. Y es así cómo obras de alto valor pueden ser destruidas hasta el polvo, para construir sobre ellas los cimientos de otras más vigentes, que se adapten a la coyuntura y los valores que nos demandan nuestras sociedades y problemáticas actuales.
Porque no duele más una ventana rota que las 47 puñaladas de Mya, y no desgarra más una puerta destrozada que los 14 años desaparecida de Esmeralda o los 6 años de Alondra. No entristece más limpiar la pintura del suelo, que la sangre de Marisela desperdigada sobre las puertas de Palacio de Gobierno, o las de su hija Rubí en Ciudad Juárez. Aún con las tres muertes de Marisela Escobedo, las murallas de metal que alzó la gobernadora en torno a Palacio de Gobierno para protegerse, impidió que sus familiares colocaran un arreglo floral sobre la placa conmemorativa.
Lo ya narrado es el ejemplo perfecto de cómo otras mujeres, al interior del aparato y del poder fáctico, pueden ser abúlicas, coercitivas, autoritarias, y represivas en contra de otras mujeres, demostrándose que Maru no es aliada, sino privilegiada. Por fortuna, no existen vallas suficientes para detener el justo y legítimo reclamo.
Hoy y siempre marchamos y exigimos por todas, sin distinción. Por las del PAN, las de morena, las del PRI, por aquellas con las cuales no coincidimos ideológicamente, por las pobres, las de clase media, las de pueblos originarios, las estudiantes, las madres trabajadoras, las que están, las que ya no están y las que están por venir. A todas ellas les decimos: no estás sola, no estamos solas.