“Dios los cría y el diablo los junta”, podría ser la premisa adecuada para los panistas, quienes encuentran su denominador común de aglutinación en comportamientos y declaraciones clasistas, racistas y xenófobas. Algunos de estos personajes con abolengo político, escaños importantes y trayectorias académicas, nos demuestran que una educación privilegiada no siempre empata ni implica educación, misma que debería enseñarnos a prescindir de la ignorancia tácita que conlleva los prejuicios o la estigmatización.
En su momento, la actual diputada Carla Rivas del PAN, hizo una exhibición abierta de su falta de “altura de miras”, al publicar textualmente en sus redes sociales: “saliendo del cochino juaritos”. Como una conducta reiterativa y a forma de una manifestación de similar naturaleza, la gobernadora Maru Campos, también de Acción Nacional, invitó al crimen organizado a “hacer de las suyas” en Ciudad Juárez. Y, por si nos quedaban dudas del tono despreciativo con el cual se contempla a la frontera de Chihuahua, recientemente el alcalde, Marco Bonilla, aseveró: “más del 90% de los homicidas provienen de Ciudad Juárez”.
La palabra “estigma”, por definición, se emplea para aludir a aquellos individuos o grupos sociales catalogados como “inferiores” o “peligrosos” con el propósito de desacreditarlos, rechazarlos o marginarlos a un profundo ostracismo. En otros tiempos, habría significado ser marcado con un hierro caliente en algún sitio visible del cuerpo para, ahí, horadar la señal más ostensible de vergüenza.
Lo cierto es que Ciudad Juárez es la responsable de aportar casi la mitad del total del PIB con el que contribuye el Estado de Chihuahua. Ciudad Juárez es, gracias al centralismo, también la más abandonada, a la que se le invierte menos en infraestructura, la que carece de justicia redistributiva. Ahora, aquellos que se lo llevan todo, intentan, a través del discurso, llenarnos de vergüenza a los juarenses por el simple hecho de serlo. Sin embargo, la única vergüenza que cargamos es quizá los malos políticos, quienes, desde una posición desdeñosa de privilegio, han relegado a Ciudad Juárez al olvido sistemático e institucional. La única vergüenza, al final del día, se ve reflejada en nuestro gobierno estatal que lo centraliza todo, y que poco o nada le interesan los y las juarenses.
Pero la gente juarense, la nativa y la que ha llegado para quedarse, es trabajadora. Los juarenses somos los jóvenes que nos resistimos a desahuciar a nuestra ciudad y estudiamos con la esperanza de mejorar nuestro entorno inmediato; somos los niños y las niñas que sobrevivieron a la antesala de terror que configuró Calderón al hacer de nuestras calles trincheras de guerra; somos los que caminábamos diariamente a la escuela, y en nuestro camino encontrábamos un apiladero de cadáveres, entre destazados y colgados; somos los mismos que, hoy, rumbo al trabajo, tropezamos con cruces rosas y mujeres alicaídas que aún buscan los restos de sus hijas ante la indolencia del gobierno. Si entre nuestros niños, nuestras madres trabajadoras, obreros de maquila y adultos mayores, hay homicidas, el PAN no debería de olvidar que fueron ellos quienes lo sembraron mientras cincelaban el retrato perfecto del narco en Juárez, que fueron ellos quienes armaron hasta los dientes a esos homicidas a través del narcogobierno de Calderón. A la par que nuestro devastado tejido social continúa criando a esos homicidas, el PAN se regodea de la permanencia, perezosa e indolente, de los cimientos de la Torre Centinela en Ciudad Juárez, jactándose de la obra insignia de su corrupción. En su ignorancia clasista, piensan en más cárceles y no en más educación que le reste terreno prolífico al narcotráfico.
Por tanto, no es justo que un servidor público, un presidente municipal con aspiraciones (o suspiraciones) por seguir el camino de su antecesora, aumente la división que por años se ha intensificado entre quienes viven en la capital o en la frontera. En su incompetencia para responder adecuadamente a través de una política de seguridad, debe recurrir a los juarenses para hacer de ellos un chivo expiatorio.
Las y los juarenses no somos homicidas, y no vamos a apropiarnos de un adjetivo displicente que tampoco nos define. Elegimos parecernos tan poco a Marco Bonilla, que continuaremos recibiendo con brazos abiertos a migrantes de México y del mundo desde la humildad y la resiliencia, pues si alguien conoce lo que es ser desplazados y denostados institucionalmente somos quienes vivimos en la Heroica Ciudad Juárez.