Carta abierta
A las iglesias en México
A las autoridades eclesiásticas
A las autoridades en los tres órdenes y poderes de gobierno
A la sociedad en general
Para los cristianos, recibir el bautismo significa hacernos sacerdotes ordinarios y no en el orden consagrado, profetas y reyes.
Esto significa que como sacerdotes hacemos ofrendas a Dios de nuestro trabajo, de nuestra vida, de nuestro culto de reconocimiento a su divinidad, de todos nuestros esfuerzos, por ser personas de bien para servicio del prójimo y de la sociedad, dando gloria a Dios, fuente de toda bondad para bien de nosotros sus criaturas.
Un sacerdote ordinario no consagrado y miembro de la Iglesia de Cristo, hace de su vida un culto permanente al Señor. Es laico porque no busca implantar su visión religiosa en el ambiente del gobierno, lo que lo haría fanático. No busca que todos por obligación acepten sus creencias de fe, pues en el servicio público y en el privado no hay cabida a la propagación de su visión religiosa.
Esto lo hace con su ejemplo de vida, al mostrar congruencia entre lo que cree y la forma de vivir.
Porque lo que cree no está prohibido por la ley y normalmente la persona lo comparte en su convivencia laboral. No por el afán de sembrarlo en los demás, sino porque no falta la ocasión de compartirlo en las relaciones de trabajo.
Una persona religiosa con fe en Cristo Jesús recibe el mandato de ir a predicar (y no imponer) el Evangelio, la Buena Noticia de que es viable, con la Gracia de Dios, ser constructores del Reino de los Cielos en la tierra, de que es posible construir una sociedad donde imperen la paz y la armonía, la solidaridad y las oportunidades en todos sentidos para todos.
También lo es la justicia social y con condiciones de vida dignas para todos, en la que cada quién desarrolla sus talentos. Claro los aprovecha en su beneficio, pero privilega a la sociedad, poniéndolos en bien de ella, porque comprende y practica la máxima de que:"No sirve para vivir el que no vive para servir".
Con lo anterior se teje una sociedad cohesiva, en la que todos se esfuerzan por ser cooperadores en el alcance del bien común y lo hacen porque ponen a Dios como el centro de sus vidas, reconociéndolo como fuente de todo bien y del Amor que todo lo puede.
No veo porqué, si Dios con su Gracia nos conduce a ser artifices de este mundo, se nos prohíbe fuera de los templos, hablar y promover a políticos creyentes en Él.
No veo que si la política y la religión se orientan por sus propios caminos a la construcción del anhelado bien común, tengan que considerarse como antagónicos y mutuamente excluyentes, siendo que deben y debemos hacer que su práctica sea complementaria.
Por otro lado, el bautismo nos otorga por la Gracia divina, la potestad y el compromiso de ser profetas; esto es, poder analizar las realidades que vivimos en comunidad para interpretarlas y explicarlas, para así plantear las consecuencias actuales y esperadas en el futuro, en caso de prevalecer las situaciones estructurales que causan los problemas o las oportunidades que se viven.
Un profeta, inspirado por la Gracia de Dios, reconoce cuando la sociedad avanza en su desarrollo; motiva a fortalecer las acciones que lo propician y celebra con júbilo el gozo del Señor, cuando ve que su pueblo obedece sus mandatos y vive en justicia y armonía.
Sin embargo, también denuncia cuando las situaciones de pecado prevalecen y también denuncia las consecuencias del mal comportamiento social y de sus líderes, según sean las responsabilidades que cada miembro de la sociedad tenga.
Este papel que nos otorga el bautismo, nos involucra en tareas propias de la política. Pero se origina por nuestras creencias religiosas y debe cumplirse la tarea de anunciar y denunciar, porque hacerse el desentendido, es ser apático e indiferente respecto del futuro de la sociedad de la que se forma parte. Se trata de personas que no tienen fe en la fuerza de la sociedad y encerradas en el conformismo.
Y aquí de nuevo planteo la cuestión, la interrogante no contestada por las autoridades eclesisticas, las civiles y la sociedad en general: ¿Por qué la práctica de la religión y la política deben estar reñidas? Antes al contrario, respetando mutuamente sus ámbitos de influencia, a mi criterio deben ser complementarias y por lo tanto no hay razón para limitar la promoción de algún candidato a un puesto de elección popular, afuera de los templos, en especial si su historia lo distingue por resultados alcanzados en la construcción del bien común.
Esa actitud va contra la libertad religiosa que es un derecho de cada uno de los ciudadanos. Todos tenemos la obligación de ver por la conciliación entre ambos ámbitos; porque no hacerlo va contra el bien común que todos queremos. Esto no viola el concepto de Estado laico, sino lo aclara y permite que no haya enconos en la sociedad, pues su existencia la destruye.
Las religiones tienen mucho que aportar a favor del buen desarrollo de la sociedad y de hecho la experiencia así lo demuestra, aún y cuando haya ministros y fieles que fallan y dan mal ejemplo a la sociedad. En realidad, estamos perdiendo los valores que nos dan sustento y también encontramos malos ejemplos en las familias, los maestros, los funcionarios públicos y todas las áreas que integran nuestras comunidades, sin excluir los políticos, recuérdese el libro de Lydia Cacho "Los Demonios del Edén" en los que se mencionan a políticos como Emilio Gamboa Patrón y Miguel Ángel Yunes Linares, además del empresario Kamel Nacif Borque.
Es preocupación de las iglesias que sus feligreses lleven una vida sana y pura y también lo es del gobierno. Por ejemplo la Secretaría de Gobernación tiene la línea de la vida (teléfono número 800 911 2000) que auxilia en casos de adicciones, tentativas de suicidio y entre otras situaciones no deseadas o riesgos de contagios en caso de pandemia, por lo que no veo porqué los gobiernos y las iglesias deben abordar la problemática de forma separada; sino hacerlo con mutua cooperación y ayuda.
Hay que aprender a sumar y no restar, a multiplicar y no dividir, potenciar y no minimizar, acrecentar y no decrementar. Es necesario aprender a reconocerse en sus misiones y encomiendas, aceptarse y no verse unos y otros como un mutuo peligro que evadir. Pero como el Estado tiene la titularidad de los poderes públicos, está en condiciones de amordazar injustamente a las iglesias.
Por otro lado, recordemos que el bautismo nos otorga la dignidad de hijos adoptivos de Dios, por lo que compartimos la dignidad de ser reyes de la creación. Pero lo somos para servir, no para mandar sobre los demás.
Jesús dijo "El Hijo del Hombre no vino a ser servido, sino a servir". Y sí para nosotros los creyentes en la divinidad de Cristo Jesús, ésta es una de las máximas reglas de vida de sus seguidores, debemos vivirla en la cotidianeidad. Y repito lo dicho en el párrafo anterior a estas reflexiones: "No sirve para vivir quien no vive para servir".
Por su parte el artículo 39 constitucional señala que: "La soberanía nacional reside esencial y originariamente en el pueblo. "Todo poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste". El pueblo tiene en todo tiempo el inalienable derecho de alterar o modificar la forma de su gobierno.
Lo anterior implica que los Tres Poderes de la Unión existen sólo si están al servicio del pueblo.
Y pierden legitimidad cuando abandonan la vocación para la que fueron instituidos, constituyéndose en traidores a la Constitución y por lo tanto a la Patria.
Lo anterior sucede fundamentalmente cuando en vez de servir al pueblo se sirven de él para fines distintos para los que fueron creados. Tal es el caso del "populismo", pues aprovecha los recursos del pueblo, para otorgar beneficios indebidos y sin contraprestación a grupos vulnerables, a cambio de ganar popularidad entre ellos y así ganar votos incondicionales, sin atender el bien común.
Con todo lo escrito a lo largo de este texto, podemos concluir, que las iglesias y los Poderes del Estado existen para construir el bien común. Los gobiernos en la vida terrenal en lo moral y lo material.
Para las iglesias es requisito que sus fieles procuren el bien común como medio de desarrollar a la sociedad en el campo de la vida moral y socioeconómica y cultural, como medio para alcanzar la plenitud humana y trascender a la vida espiritual.
Tal vez sea muy ingenuo de mi parte plantear que tanto gobierno como iglesias deben coexistir complementariamente, sin estorbarse sino ayudándose y colaborando juntos, respetando las creencias de aquellos que practican una religión, siempre que ésta no vaya contra la integridad de la dignidad de las personas. Así como tampoco los programas de gobierno, las leyes y la aplicación de justicia, sin abandonar el espíritu de laícidad de los espacios de gestión de los poderes legítimamente constituidos, pero sin intervenir en los espacios que naturalmente son del ámbito de las religiones y sus templos.
Los mexicanos tenemos el deber de luchar por la defensa de nuestros derechos de creencia y religión, no permitir que el Estado nos impida la expresión de nuestra fe y las iglesias respetar el ámbito de la gestión pública.
Uno de los pilares que sostienen a nuestra sociedad es la existencia de las iglesias y estorbarlas mina los cimientos que sostienen a nuestra sociedad. Lo vemos en la corrupción rampante que vivimos en México en lo público y en lo privado, en la relajación de los valores morales, en su distorsión intercambiando lo malo, haciéndolo aparecer como bueno y lo bueno como malo. La drogadicción está a la orden del día, las matanzas, el tráfico de niños y su explotación sexual, la trata de mujeres, etc.
Si los poderes públicos y las iglesias no se complementan, estamos condenados a desaparecer y a ser reemplazados por una sociedad nefasta y autodestructora.
Se las dejo de tarea para reflexionar y actuar en consecuencia y pido al Altisimo que nos proteja de estos males.
Jorge Luis Vargas Romero
Católico practicante del culto de la religión que profeso y del Evangelio como forma de vida.