Luego de que se publicó el decreto mediante el cual se oficializó la inscripción de la fuerza de seguridad civil o Guardia Nacional a la Secretaría de la Defensa Nacional y entró en vigor el pasado sábado, las reacciones furibundas, radicales y descalificatorias de la oposición al gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador no se hicieron esperar. Está traicionando sus propios principios, acusaron.
Retomo como ejemplo de esas reacciones las del coordinador nacional del partido Movimiento Ciudadano, Dante Delgado Rannauro, para obviar las de los integrantes de la alianza Va por México, conformada por PRI, PAN y PRD, quienes están obsesionados en descalificar absolutamente toda acción de gobierno, declaración o propuesta del presidente. Para ellos no existe nada positivo en la administración lopezobradorista y, como quiera, Delgado ha sido menos radical y, por ello, puede dársele mayor valor a sus expresiones, aunque no esté de acuerdo con ellas.
En una carta dirigida a López Obrador, el líder del movimiento naranja lo culpó de tener el afán de querer militarizar la seguridad del país en un intento por ocultar el fracaso de su estrategia en materia de seguridad pública y lo acusó de traición a la patria. Dijo: "Con la amenaza de entregar, por decreto, la Guardia Nacional a la Sedena, contraviniendo lo establecido en la Constitución, cometes una nueva traición. Te traicionas a ti mismo, porque haces lo contrario a lo que prometiste durante años de campaña, porque haces lo que intentaron dos presidentes antes que tú y porque cuando ellos lo intentaron fuiste un férreo opositor".
Fue un mensaje muy duro, pero, desde mi punto de vista, fuera de toda proporción. Me explico.
Delgado Rannauro reclama a AMLO que habiendo sido un férreo opositor a la militarización que intentaron los dos presidentes que le precedieron, ahora entregue por decreto la fuerza de la seguridad civil a los militares. Desde ninguna perspectiva se puede comparar lo que hicieron Vicente Fox Quesada y Felipe Calderón Hinojosa con lo que ha venido ocurriendo durante la Cuarta Transformación del país.
En un artículo titulado “Calderón, aprendiz de brujo o la guerra como escape”, el académico Arturo Anguiano explica que Vicente Fox llegó a la Presidencia en el año 2000 montado sobre la ola de repudio contra el desgastado régimen priista, simbolizando el cambio de milenio y, sin embargo, evolucionó como un personaje lamentable que hizo trizas todas las expectativas de cambio creadas y desembocó en la criminalización de lo social y la represión desmedida en Atenco, al final de su mandato, además de provocar la judicialización de la política.
En cuanto a Calderón, Anguiano expresa que su mandato de seis años (2006-2012) se identifica con una guerra cruenta y envolvente que lo determinó, lo atrapó y le impuso una lógica que se le escapó, que se le fue de las manos, porque combatió en forma imprevista e improvisada a un poderoso enemigo inasible -los cárteles del narcotráfico- que, al parecer, se reprodujo como nunca y, en forma paradójica, se extendió y potenció con cada golpe infringido. La violencia, la inseguridad y el miedo se generalizaron hasta volverse realidades cotidianas del conjunto de la sociedad, en todos los rincones del país y ya no sólo en algunos estados y municipios, como era el caso antes de que Calderón declarara la guerra al llamado crimen organizado, a solo diez días del inicio de su régimen y obteniendo un saldo estremecedor de alrededor de cien mil muertos; sin duda muchos miembros de los cárteles, asesinados en ajustes de cuentas o en enfrentamientos con el Ejército y la Marina (un convidado sorpresivo), al igual que hombres, mujeres, jóvenes y niños considerados por el gobierno "daños colaterales", víctimas que Calderón tardó en reconocer.
Lo hecho por Fox y Calderón fue en abierta violación a la Constitución, sin que mediara un proceso legislativo, a diferencia de lo ocurrido en la actual administración al pasar la Guardia Nacional a la Sedena mediante un decreto presentado por López Obrador y aprobado por la mayoría de los integrantes del Congreso de la Unión. Los niveles de inseguridad crecieron desproporcionadamente, como lo asienta Anguiano, durante el régimen calderonista y, sin duda, fueron en aumento durante el gobierno de Enrique Peña Nieto y la tendencia a la alza continuó durante el actual sexenio.
Sin embargo, el presidente López Obrador no ha utilizado al ejército para reprimir, ni ha favorecido los ajustes de cuentas, ni la tortura, como sí lo hizo Calderón. Al contrario, ha sido criticado por evitar una masacre en Sinaloa al ordenar la liberación de un narco, y evadir toda una serie de provocaciones para que utilice la fuerza militar en contra del pueblo.
De lo que se puede acusar a AMLO es de convertir al ejército en el gran ingeniero constructor de México, porque encargó a la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) la edificación de obras de infraestructura en dos ejes prioritarios de su gobierno: bienestar y desarrollo. Porque a los militares, en lugar de llevarlos a la guerra, los puso a edificar hospitales, bancos, a tender y rehabilitar carreteras y vías férreas, con el tren maya como principal ejemplo; a construir la refinería de Dos Bocas y el Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles de la Ciudad de México, entre otras obras de gran envergadura y que serán de beneficio para miles de mexicanos mucho tiempo más allá que lo que dura este sexenio.
Ése es el ejército que va a estar a cargo de la Guardia Nacional, instancia que continuará teniendo como objeto realizar la función de seguridad pública a cargo de la Federación y, en su caso, conforme a los convenios que para tal efecto se celebren, colaborar temporalmente en las tareas de seguridad pública que corresponden a las entidades federativas y/o municipios, pero con una política que no ha sido entendida por algunos.
No se confundan. Lo hecho por el presidente no es traición, es congruencia. López Obrador nunca apostará por la guerra para lograr la paz y sus acciones a lo largo de estos cuatro años de gobierno claramente lo demuestran.